Algunos consideran que Centroamérica
solo puede existir en el plano natural y que socialmente es difícil establecer
un proceso de integración entre los estados debido a sus diferencias marcadas.
Es cierto, dos siglos de historia independiente han marcado y diferenciado (aunque
tampoco son diferencias tan dispares), las sociedades de cada país. También es
necesario aclarar que la integración centroamericana no puede ser vista como
una simple unión de estados nacionales. Sin embargo, hay algo común a todos los
estados de esta región, algo que ha formado el inconsciente colectivo de las
sociedades y que puede servir, junto al concepto del Ser indohispano, como un
mecanismo de unión regional. Esto es, la característica geográfica que tiene
Centroamérica y que ha sido base para la intromisión de potencias extranjeras,
logrando vulnerar la débil soberanía estatal e interviniendo en aspectos
económicos, políticos y culturales. Esta intromisión, que ha sido básicamente
de los imperios anglosajones, no es un fenómeno único para Centroamérica (Hispanoamérica
en general ha sido víctima de ellos), pero las razones por las cuales lo han
hecho sí son específicas, pues estas son en base a la naturaleza geográfica de
la región y la interpretación que hacen de la misma los imperios.
Centroamérica, como su nombre lo
indica, es un lugar, un espacio ubicado en el centro del continente americano.
Con solo decir eso, sin escatimar en más aspectos geográficos podemos de por sí
asegurar una importancia sociopolítica, pues es alrededor de este espacio que
se desenvuelven las otras sociedades humanas. Ya geográficamente, Centroamérica
es un istmo, una región terrestre relativamente estrecha que une los grandes
subcontinentes Norte y Sur y le da sentido continental a toda América. Podemos
decir que América es una, geográficamente hablando, en tanto que es unida por
esta región centroamericana, y las sociedades alrededor de esta son el Norte y
el Sur, pues al este y al oeste la región limita con grandes masas de agua.
Esto describe otra característica importante, la «interoceanidad» o la cualidad
de existir entre dos océanos. Por tanto, enumeramos que la importancia de la
región centroamericana es triple: es un centro geográfico, eje que articula
otras sociedades al norte y al sur; es un istmo que une dos porciones grandes
de tierra, y además es un canal, pues a través de su estrechez se facilita el
paso de un océano a otro.
Centroamérica es entonces un espacio
definido y delimitado, con su propia lógica natural y una genuina importancia
geoestratégica. Pero ¿quiénes son conscientes de ello? El sociólogo Erazo, coparticipe de este
proyecto metapolítico, se pregunta con sentido crítico si alguna vez existió,
entre las cupulas centroamericanas ya sea intelectuales, en las altas castas
criollas o en el empresariado de estos estados, alguna visión geopolítica para
la región centroamericana. La respuesta es desconcertante, pues las
aspiraciones de los actores antes mencionados son nulas, nunca han aspirado a
establecer la región como un bloque holista, ni siquiera a fomentar un espíritu
de solidaridad y hermandad entre los centroamericanos; al contrario, se han
enfrascado en luchas fratricidas basadas en el nacionalismo burgués que
conlleva el tener varias nacionalidades falsas cercanas entre sí. Muchos
afirman y ven como un ideal de unión la Republica Federal Centroamericana
(1824-1839), pero como bien afirma Erazo ese fue un experimento burgués y
liberal, de corte entreguista, cuyas ideas morazanistas en realidad promovieron
el desmembramiento de esa unidad de por sí erróneamente creada. Sin embargo,
son Otros los que han entendido la importancia de la región centroamericana
desde su geografía, y a partir de la misma han influenciado en mantener
sistemas políticos y económicos en la región.
En
tiempos precolombinos esta región, que no era conocida como Centroamérica, era
funcional al sentido de servir como paso de una zona a otra; su concepción, si
es que la hubo, fue de una porción más de una sola masa de tierra. La navegación
era interna y fluvial y por tanto la comunicación y movilización humana eran
terrestres. Esto hizo ver a esta región como una franja terrestre sin escatimar
en su estrechez o su naturaleza ístmica. El sentido del lugar era estrictamente
telúrico. Con la llegada de España, esta zona dejo de ser vista como simple
parte de la tierra continental y empezó a ser visualizada como un canal, como
una zona de paso de un océano a otro. En tal sentido, España le dotó de una
concepción marítima a esta región, siendo lo telúrico algo propio de las
poblaciones internas y locales sobrevivientes, en cuyo inconsciente colectivo
prevalecía probablemente la visión de la región como una gran masa terrestre.
Luego de España, los «padres de la patria» fallaron en dotarle de una
concepción geoestratégica a esta región, y más aún, contribuyeron a la división
de la misma en partes falsas y modernas llamadas estados nacionales. Producto
de ello el provincialismo se convirtió en nacionalidad y la República Federal
fue un fracaso, un intento burdo de timonear un barco sin saber a dónde o por
qué. Con esto el liberalismo no solo dañó a Centroamérica disgregándola, sino
que resultó además un fallo hasta en sus planteamientos federales.
Los
imperios anglosajones sí tenían una visión clara sobre Centroamérica, aunque
esta visión era apegada a sus intereses. No fue por la importancia de los
recursos naturales o humanos que los anglosajones se interesaron, sino por las
cualidades geográficas que permitían el paso interoceánico (nuevamente,
concepción talasocrática/marítima), y por tal razón se han enfrascado en
promover sistemas políticos y económicos (y también culturales) que favorezcan
la sumisión de los estados nacionales hacia estos imperios. Podemos
aventurarnos a decir que la división centroamericana ha beneficiado
históricamente los intereses de los imperios anglosajones.
Y
no es una barbaridad decirlo. Los ejemplos abundan: la intromisión de los
proyectos yanquis en algunos estados ha conseguido la enemistad entre estos
estados y sus vecinos. Nicaragua y Costa Rica, en el caso del canal interoceánico
es un claro ejemplo. La exagerada influencia estadounidense en Honduras para cambiar
gobiernos disidentes en países vecinos, como el golpe a Jacobo Arbenz en
Guatemala o las bases militares en Honduras que sirvieron como medio de oposición
a la revolución nicaragüense; y por supuesto la entrega de ayuda militar a un
país que inevitablemente acrecienta la envidia y riña con sus vecinos. Está
claro que los yanquis han incentivado la división en Centroamérica, y producto
de ello estos países han eliminado de su razón la idea de un bloque unido, no
solo comercialmente (pues desde la inmersión en el mercado mundial ya nos vemos
como competidores antes que socios), sino política y socialmente.
Es
así pues, que desde las independencias Centroamérica no ha existido desde sí
misma; su población y sus lideres no han sido conscientes de la existencia de
Centroamérica como bloque natural y en tal sentido Centroamérica hoy, y
mientras existan los estados nacionales, es y será una utopía, pues estos
estados representan su inexistencia. Honduras y el resto de países son la
anti-centroamérica; existen para evitar la existencia de la gran región. Es a través del
reconocimiento de la malignidad ontológica de los estados que podemos
aproximarnos a una integración como un todo. Los estados nacionales representan
la división de una región y además han sido los responsables de la debilidad
soberana de nuestros pueblos.
Es por eso que nosotros planteamos un
nuevo renacer a partir del des-cubrimiento de la gran Centroamérica, y lo
hacemos des-ocultando el espíritu de este lugar («genius loci»), su realidad y
su lógica. El arquitecto noruego Norberg-Schulz cuenta que en la sociedad
tradicional el hombre reconocía que es de gran importancia existencial estar en
buenos términos con el espíritu del lugar, y su supervivencia dependía de una
buena relación con el ambiente, tanto en sentido físico como psíquico. Aunque
el término «genius loci» es romano, es posible que todas las sociedades
tradicionales hayan tenido en cuenta este concepto en alguna manera. Podría
interpretarse que el genius loci es una manera de entender la vida y los
espacios desde puntos de vista naturales, en compatibilidad con el ambiente y
respetando la naturaleza del lugar. Según Norberg-Schulz, el genius loci denota
aquello que algo (un lugar) es, o que quiere ser. Este espíritu del lugar está
definido por el clima, suelo y paisaje (según Buela) y cada lugar tiene su espíritu,
su genio guardián, este espíritu determina su carácter o esencia. Incluso los
dioses romanos tenían su genius, lo que nos da a entender lo preciado de este
concepto.
Cuando el hombre habita (reside) en un
espacio, se expone radicalmente al carácter de ese espacio; el espacio lo
condiciona e incluso lo modela. Pero para que este acondicionamiento sea
verdadero, el hombre debe orientarse e identificarse con el mismo lugar, es
decir, el hombre debe entender el lugar que habita y saber dónde está en un
sentido profundo; darse cuenta del lugar, de la importancia y en general de lo
particular de ese lugar respecto al mundo, y así es como se genera un sentido
de pertenencia. Es así que el hombre adquiere existencia real (en el sentido
heideggeriano), pues se reconoce a sí mismo existiendo en un espacio particular
y orienta su vida respecto a ello. La mayoría de personas no profundizan lo
suficiente sobre el lugar que habitan y por tanto no están en comunión con ese
«genius loci». Esto conlleva a vivir una vida inauténtica. El hombre se siente
perdido y desorientado, difícilmente encuentra un genuino arraigo a su tierra y
a su ontología. A lo interno de nuestras sociedades podemos observar este
fenómeno particularmente diferenciado en las zonas urbanas y rurales. El hombre
urbano, cosmopolita y liberal difícilmente vive una vida autentica, por lo
general cae y recae en aquellas actitudes que describen una vida desdichada. El
hombre rural, por lo general es lo contrario, se siente arraigado a su tierra
porque la conoce, la entiende y la trabaja. Ese hombre vive una vida plena, aun
siendo pobre o teniendo poca educación. El hombre rural se identifica y orienta
en su tierra y trabajo singular; el urbanita no tiene a que enraizarse y por
ello cae libremente a los vicios liberales. Lo telúrico siempre ha tenido la
particularidad del arraigo, de ahí que se entienda lo telúrico con lo rural y
lo productivo (¿qué mayor producción que el alimento?) mientras lo marítimo
implica lo comercial, lo pasajero y citadino, lo que un día es y al siguiente
día no.
Ahora veamos el genius loci a un nivel
más amplio, como delimitador geográfico de una gran región singular.
Centroamérica es muy diversa, pero esa diversidad no la divide, sino la une, pues
dentro de todo Centroamérica sigue siendo lo que su nombre describe: un lugar
geográficamente localizable y único. En tal sentido, no es mi intención hacer
ver que Centroamérica posea solo un espíritu del lugar o, en otras palabras
menos paganas, un solo carácter. Podemos encontrar diferentes caracteres, ya
sea en las áreas de las grandes cordilleras, o de la cadena volcánica, o en sus
planicies, o en la zona de los lagos, o las pampas, ya sean en los manglares o
en la biosfera, ya sea en sus entradas marítimas o en sus ríos. En cada
ambiente habita un espíritu local que dota de caracteres específicos a los
habitantes que lo comprenden, pero Centroamérica en sí, como un todo, es una
región claramente distinguible en todo el continente y tiene por tanto un
espíritu lugareño único y general, que se enmarca con el Ser que la habita, es
decir, el indohispano.
Este espíritu o carácter diferenciador está
definido por las particularidades de la región (clima, suelo, paisaje, es
decir, su geografía). Una existencia autentica de un pueblo centroamericano
estaría dada no solo por la identificación del pueblo respecto al lugar (y sus
diversidades) sino por la identificación del lugar como un todo, incluyendo por
supuesto las características geográficas centroamericanas que antes hemos
descrito. Ahora bien, como he mencionado anteriormente, a Centroamérica se le
ha dotado por fuerzas externas de un sentido talasocrático (es vista como un
canal), y ese estilo de vida comercial-marítimo-caribeño es normal encontrarlo
en las grandes urbes, en las costas, pero también en las políticas públicas, en
las definiciones culturales e incluso, en algunos estados, cuando se define una
política económica basada principalmente en el turismo. Pero Centroamérica no puede
ser solamente una talasocracia, incluso podemos aventurarnos a afirmar que esa
concepción del lugar es impuesta por los europeos, pues los indígenas veían
esta región no como un canal estrecho, sino como una extensión de tierra
conectada a más tierra. Podemos decir que el espíritu original de este lugar es
terrestre, telúrico, y que lo marítimo ha sido algo exógeno. No por nada las
poblaciones rurales más primitivas y viejas de la zona interior, y aun las
etnias indígenas aisladas, siguen teniendo un apego a la tierra. Lo telúrico
marca su existencia.
Orientarse e identificarse son dos
cosas distintas, pero unidas dan un sentido de pertenencia. Uno puede
orientarse, pero no por eso identificarse con el lugar. La mayoría de
centroamericanos se orientan respecto a la región centroamericana, la ubican,
pero no se identifican con ella, no se consideran parte de la región como un
todo, sino como parte de una parte de la región, esto es, como miembros de un
estado nación que divide a la región. Acabar con los estados nación traería a
la esfera de lo consciente la realidad de Centroamérica, desvelaría su
existencia y por consiguiente los pueblos que la habitan se identificarían con
ella, resultando en una existencia plena y autentica. ¡Nos daríamos cuenta que
somos centroamericanos! La identificación con nuestro espacio es la auténtica
identificación como pueblo. Nosotros no somos hondureños, o nicaragüenses, o
guatemaltecos; somos Centroamérica. Somos este lugar, porque, aunque
políticamente el lugar no exista, vivimos en él, y resulta imperativo traerlo a
la esfera de lo consciente para estar en plena comunión con él.
El significado de Centroamérica ha sido
ocultado, o, mejor dicho, aún no ha sido descubierto. Solo existe como algo
puramente geográfico, pero políticamente no ha sido desvelada. Lo geográfico no
ha sido codificado en lo político, y por tanto el genius loci no ha sido
descubierto. La existencia de Centroamérica dividida es una falsa existencia
que niega y oculta su verdadera esencia. Al aperturar el significado de
Centroamérica, su esencia es encontrada y con ello su misión y destino.
Respecto a las concepciones sobre esta
región, no se trata de poner en conflicto una con otra. Naturalmente
Centroamérica es tanto un canal como un puente, y en aras de lo geoeconómico
nos beneficiara comprender ambas concepciones unidas por nuestro bien común. Sin
embargo, el hecho de considerar a Centroamérica históricamente como un canal
oculta considerarla como puente conector de dos subcontinentes, y tal
caracterización ha resultado beneficiosa para contribuir a la división del
continente, y más aún, de Hispanoamérica. Geopolíticamente, nosotros proponemos
a Centroamérica como un puente que une tanto al norte como el sur, que le da
sentido existencial a nuestra ecúmene hispanoamericana; y por tanto
consideramos a Centroamérica como la destinada por su condición natural a
liderar la unión de toda Hispanoamérica.
Centroamérica hoy
Existe una similitud curiosa entre la región centroamericana con la actual Ucrania:
- Ucrania fue hecha estado-nación a partir de una división administrativa creada por la URSS.
- Los países actuales de Centroamérica fueron hechos estados-nación a partir de divisiones administrativas que mantenía España.
Con Ucrania lo que se logró
fue la liberalización cultural de su gente, la impregnación de un nacionalismo
ofensivo infundado y el rechazo a la unidad eslava oriental amparada en la
unidad de los pueblos rusos. Con Centroamérica lo que se logró fue la
destrucción de una unidad orgánica (que se compartía con toda Hispanoamérica),
la supresión del proyecto de unificación geopolítica, nacionalismo ofensivo
infundado hacia los estados vecinos (que en realidad son el mismo pueblo), servilismo
político, económico y cultural al imperialismo anglosajón e impregnación de una
falsa nacionalidad basada en un estado, que elimina la posibilidad de ver a
Centroamérica como una sola unidad.
Vincularse al globalismo ha
significado, más que una clase de provecho económico, un desarraigo de la poca
identidad y diferencia humana que teníamos. Incorporarnos al mercado mundial ha
fomentado más nuestra división, pues ahora no nos vemos como hermanos sino como
competidores. No es que ser parte del mercado global sea en sí malo, pues si
tuviésemos un solo estado centroamericano soberano pudiésemos fácilmente
destacar y crecer económicamente aprovechando nuestras ventajas geoeconómicas.
Pero permanecer divididos políticamente mientras formamos parte de un bloque
natural nos aleja de toda idea de unión y nos arroja al abismo de la ideología
del mercado.
La idea de dividir Centroamérica, aunque no nació del imperio yanqui, sí se ha mantenido en tanto va en la línea de los intereses de ellos. Apelar a la unidad de Centroamérica es ir radicalmente en contra de los intereses imperialistas:
- Se formaría una organización sociopolítica fuerte y soberana, alejada de las republiquetas bananeras débiles y manipulables, con un profundo sentido existencial en su población;
- La ventaja interoceánica la perderían al recaer esta cualidad ya no en un país pequeño sino en uno de fuerza considerable;
- La unión de Centroamérica permitiría, no necesariamente desechar la visión talasocrática, sino principalmente ver al istmo como una telurocracia, que inspire (y tal vez lidere) la unión entre el norte y el sur de Hispanoamérica y conlleve a la formación de nuestro polo/civilización/ecúmene.
Me atrevo a especular de hecho en este caso. Pienso que los enemigos del indohispano reconocen la importancia centroamericana y más aún reconocen la importancia para sus intereses de mantener su dominancia en estas republiquetas. Es natural, divididos no somos más que compañías bananeras, fácilmente usadas por el imperialismo anglosajón, pero unidos, como un solo espacio intercontinental e interoceánico seriamos capaces de reafirmar nuestra soberanía y dignidad como pueblo, y aún más, crearíamos una corriente genuinamente unificadora con sentido completo para toda la Hispanoamérica. No es ni de la complejidad del norte, ni de la diversidad del sur, de donde ha de surgir el ideal indohispano de unión, sino del centro, del puente que conecta ambos subcontinentes y que le da forma y sentido continental a toda América. Una vez reflexionemos sobre esta importancia de una genuina unión centroamericana, no como estados federados con sus falsas nacionalidades, sino como una idea común, imperial y trascendente, comenzará el amanecer de una nueva patria, de una nueva América, la que siempre debió ser.