LA RELACIÓN HONDURAS–CHINA: CÓMO APROVECHAR UNA OPORTUNIDAD HISTÓRICA

agosto 01, 2025

 

Este texto y las ideas que lo sustentan se inspiran en el liderazgo de Ibrahim Traoré, quien ha evidenciado que, incluso en situaciones difíciles, una nación puede apuntar a cambios trascendentales si sitúa al pueblo en el corazón de su proyecto. Su perspectiva, basada en la dignidad, la soberanía y la colaboración regional entre los Estados del Sahel, sirve de modelo y guía para países como Honduras, que actualmente procuran reorientar su rumbo dialogando con nuevos actores internacionales, sin olvidar el bienestar de su población ni el potencial de la unidad centroamericana.

En 2023, Honduras puso fin a ocho décadas de vínculos diplomáticos con Taiwán, finalizando un período con relaciones marcadas por el simbolismo, una cooperación limitada y una diplomacia asistencialista. A lo largo de ese tiempo, aunque hubo presencia y respaldo, jamás se consolidó un auténtico plan de desarrollo estructural nacional en el contexto de esa relación. El cese con Taipéi y el comienzo de relaciones con la República Popular China no solo implican un cambio de aliado internacional, sino una encrucijada histórica que brinda al país la oportunidad de redefinir su papel en el ámbito mundial.

Este nuevo contexto, no obstante, no asegura el progreso por sí solo. La solidez, perdurabilidad y beneficio de este nexo dependerán menos de las propuestas de Pekín que de la habilidad del Estado hondureño para afrontar con visión estratégica los retos del siglo XXI. El potencial transformador de esta relación solo se materializará si Honduras consigue articular una política exterior consistente, una institucionalidad sólida y un proyecto de nación que vaya más allá de las circunstancias del momento.

La ruptura con Taiwán: un adiós sin lagrimas

A pesar de haber mantenido más de 81 años de relación con Taiwán, los resultados fueron limitados. Asistencia puntual, sí. Becas, sí. Algunas obras visibles aquí y allá. Pero ¿hubo acaso una transformación estructural del país? ¿Una estrategia conjunta de desarrollo tecnológico, industrial o educativo? La respuesta es tristemente clara. El vínculo, aunque amistoso, fue más simbólico que efectivo. Un ejemplo más de la diplomacia hondureña anclada en lo nostálgico, en lo sentimental, sin demandas claras ni visión de futuro.

La República Popular China no necesita demostrar su poderío: es la mayor economía del mundo, puntera en infraestructura, innovación tecnológica, transición energética y planificación estratégica. Ha convertido su modelo en una alternativa real para decenas de países en vías de desarrollo. Honduras no puede pretender emular a China, pero sí debe aspirar a aprender de su ejemplo. Y, más que eso: a aprovechar cada centímetro cuadrado de esta relación bilateral para salir del estancamiento en que la han sumido décadas de gobiernos miopes y corruptos.

Lo que Honduras debe entender

Lo primero que debe hacer Honduras es dejar atrás la visión meramente formal de la política exterior. La embajada china en Tegucigalpa no puede ser una mera oficina de protocolo; debe transformarse en un puente estratégico para la transferencia de conocimiento, de tecnología, de inversión, de planificación, de cooperación real. La pregunta clave no es qué nos dará China, sino qué estamos dispuestos a solicitar con inteligencia, negociar con astucia y ejecutar con visión.

China ha levantado ciudades enteras donde antes había aldeas, ha conectado montañas con trenes de alta velocidad, ha transformado desiertos en centros productivos, ha llevado satélites al espacio y ha liderado las cadenas globales de valor. ¿Por qué no pensar en un sistema ferroviario para Honduras que conecte el Atlántico con el Pacífico? ¿Por qué no imaginar polos de desarrollo industrial articulados al mercado interno, con transferencia real de tecnología y encadenamientos productivos sostenibles? ¿Por qué no pedir asesoría directa para transformar nuestras ciudades, digitalizar el Estado, reformar el sistema educativo o diseñar megaproyectos energéticos? Esto no es pedir caridad: es comprender que el desarrollo no se improvisa, se planifica. Y si hay algo que China sabe hacer, es planificar a largo plazo.

A Honduras le ha faltado eso: pensar más allá del próximo período electoral. China puede ayudarnos no solo con dinero, sino con algo aún más valioso: experiencia histórica, estrategia nacional y ambición colectiva.

Sin embargo, para progresar verdaderamente, no basta con establecer vínculos diplomáticos. Se necesita una clase gobernante a la altura, que tenga una visión clara del país, una agenda bien definida y una estrategia para implementarla. Hasta ahora, hemos visto entusiasmo diplomático, pero también limitaciones técnicas. Se anuncian acuerdos importantes, pero a menudo faltan equipos para darles seguimiento, y los compromisos no siempre se convierten en planes concretos. No se trata de culpar a otros, sino de reconocer nuestras propias deficiencias como Estado, especialmente en planificación y continuidad a largo plazo.

China no regala desarrollo: lo ofrece a quien sabe cómo gestionarlo. Honduras necesita formar equipos técnicos especializados, enviar misiones de estudio y aprendizaje, establecer una oficina nacional dedicada exclusivamente a la relación estratégica con China, no una dirección simbólica, sino un verdadero centro de inteligencia bilateral, Necesitamos universidades asociadas con centros de investigación chinos, intercambio estudiantil masivo, cooperativas agrícolas que aprendan de la industrialización rural china, empresas nacionales integrándose a cadenas de valor con socios asiáticos.

Aspirar a lo grande no es un error; lo que sí es un error es seguir conformándonos con lo pequeño. Si vamos a tener relaciones con China, que sea para romper con la Honduras del subdesarrollo, no para repetir errores con nuevos símbolos. No podemos contentarnos con puentes, estadios u hospitales. Necesitamos sistemas logísticos, industrias completas, innovación tecnológica, inversión estructural. Lo que China ha hecho posible en África, en Asia Central, en Sudamérica, también puede ser posible aquí, pero solo si dejamos de pensar como clientes y comenzamos a pensar como socios.

El futuro de Honduras permanece abierto y por construir.

La reciente relación diplomática con China, aún en sus primeras etapas, representa una oportunidad valiosa que podría marcar el comienzo de una nueva época para la nación, o desvanecerse como una experiencia más sin logros concretos, a falta de una visión estratégica. Para que esta relación genere resultados tangibles, el Estado hondureño debe adoptar un papel proactivo, diseñando una política exterior coherente con los intereses del país. No son suficientes los gestos simbólicos o las declaraciones formales; se necesita capacidad de negociación en los foros multilaterales, planificación técnica desde las instituciones, y una implementación eficaz en el territorio.

La puerta está abierta. La pregunta es si Honduras tendrá el coraje y la inteligencia histórica de cruzarla.


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