¿Fracaso de la democracia liberal? El caso Bukele como síntoma de un sistema agotado

agosto 01, 2025

 

Por décadas, el discurso dominante en América Latina nos repitió que la democracia liberal representativa era el único camino hacia el desarrollo y la civilización. Con su maquinaria de elecciones periódicas, división de poderes y garantías individuales, esta fórmula, heredera del liberalismo europeo, prometía instituciones estables, libertad política y progreso. Sin embargo, en países como El Salvador, este modelo no solo ha fracasado, sino que ha generado las condiciones para que surja una nueva clase de regímenes: populares, autoritarios y profundamente respaldados por el pueblo.

La reciente reforma constitucional aprobada en julio de 2025 en El Salvador, que permite la reelección indefinida de Nayib Bukele y elimina la segunda vuelta, ha sido leída por muchos como un paso hacia la dictadura. Y es cierto: las instituciones salvadoreñas han sido capturadas, los contrapesos eliminados y la Constitución modificada sin debate público. Pero no basta con señalar con el dedo al autoritarismo. Es hora de preguntarse por qué este tipo de gobiernos emergen una y otra vez, y por qué tienen tanto apoyo popular.

La respuesta incómoda es esta: la democracia liberal ha dejado de representar a las mayorías, y cuando un sistema deja de ser útil al pueblo, el pueblo busca una alternativa, aunque esta rompa con los cánones clásicos de la libertad burguesa.

La democracia liberal: un sistema para las élites Desde sus orígenes, la democracia liberal ha servido a una clase específica: la élite económica y cultural que controla los medios, las finanzas y las instituciones internacionales. En Latinoamérica, este modelo nunca fue más que una imitación superficial del parlamentarismo europeo, una copia servil adaptada a nuestras oligarquías locales. Las elecciones se convirtieron en rituales vacíos entre partidos corruptos, y la "división de poderes" en una farsa donde el Judicial y el Legislativo se intercambiaban favores.

En el caso salvadoreño, durante tres décadas Arena y el FMLN alternaron el poder, prometiendo cambios que nunca llegaron. Lo que sí llegaron fueron los pactos con pandillas, el colapso de la seguridad pública, la corrupción a gran escala y una pobreza estructural que dejó a millones abandonados. ¿De qué sirvió la democracia liberal? ¿A quién protegieron las instituciones independientes? ¿A qué intereses respondió la prensa libre? A los de siempre.

No es sorprendente que cuando apareció un líder como Bukele, joven, eficaz, sin ataduras con los partidos tradicionales y con resultados concretos en materia de seguridad, el pueblo lo siguiera con entusiasmo. Para muchos salvadoreños, no se trataba de perder la democracia: se trataba de conquistar, por fin, el control de su propio destino.

 

La reelección indefinida: ¿autoritarismo o justicia popular?

Los críticos denuncian que Bukele es un dictador porque controla todos los poderes y busca perpetuarse. Pero esos mismos críticos callaron durante años mientras sus “democracias liberales” robaban, pactaban con criminales y protegían a corruptos bajo el manto de la legalidad.

Bukele, en cambio, tiene resultados que la democracia liberal nunca tuvo: ha reducido drásticamente los homicidios, recuperado el control territorial del Estado, mejorado la infraestructura y aplastado a las estructuras del crimen. ¿Cómo no va a querer el pueblo que se quede? ¿Por qué limitar a un líder que sí cumple, cuando los anteriores usaron los límites para saquear?

La dictadura del voto frente a la oligarquía de la ley La democracia liberal defiende la libertad individual, pero ha sido incapaz de garantizar la libertad colectiva. Permite elegir, pero no transformar. Protege derechos formales, pero no asegura justicia social. Lo que ha surgido en El Salvador, y en otros países con trayectorias similares, es una democracia plebiscitaria, donde el vínculo entre líder y pueblo es directo, sin intermediarios.

Los liberales lo llaman populismo, o incluso “fascismo”. Pero en muchos sentidos, es una reacción natural contra un sistema percibido como inútil. La gente está cansada de votar sin que nada cambie. Prefiere ahora a un líder fuerte, aunque eso implique sacrificar ciertos rituales procedimentales. Y no porque sea ignorante, sino porque sabe que los rituales de la democracia no le sirvieron para comer, vivir seguro o tener futuro.

¿Dictadura, dictablanda o democradura?

Las categorías tradicionales no bastan. Bukele no es Pinochet ni Hitler ni Polpot. No ha disuelto el Congreso, no ha abolido el sufragio, y goza de niveles de popularidad que ya quisieran los políticos europeos. Tampoco es una democracia plena, ya que no existen contrapesos reales. Lo que existe es un nuevo modelo, que algunos llaman democradura: un sistema que combina elecciones masivas con control total de los poderes. No hay libertad plena, pero hay orden. No hay debate parlamentario, pero hay obras. No hay pluralismo institucional, pero hay eficacia.

Este modelo no será el ideal de las democracias liberales, pero sí parece responder mejor a las necesidades de sociedades rotas, con instituciones en ruinas y élites cínicas.

¿Fracaso o evolución?

¿Significa esto que debemos aplaudir el autoritarismo? No necesariamente. Pero sí debemos reconocer que la democracia liberal, como modelo universal, está en crisis. Ya no convence, ya no transforma, ya no representa. Su colapso no es un accidente, sino una consecuencia de su propia incoherencia. No hay peor enemigo de la libertad que un sistema que la invoca mientras protege privilegios.

En lugar de escandalizarnos por la reelección de Bukele, deberíamos preguntarnos: ¿qué hicimos mal para que la gente prefiera a un “dictador cool” antes que a nuestros tecnócratas demócratas? ¿Por qué prefiere eficacia antes que legalidad? ¿Y por qué, cuando se trata de defender la “institucionalidad”, los únicos que la defienden son los que la vaciaron?

El Salvador no enterró su democracia. Enterró un cadáver. Bukele solo vino a colocar la lápida. Y si el resto de Latinoamérica no quiere seguir el mismo camino, será mejor que deje de defender las formas vacías y empiece a escuchar el grito de fondo: el pueblo no quiere democracia liberal. Quiere justicia, orden y dignidad. Y eso, hoy por hoy, se lo están dando los nuevos autoritarismos.


También te podría gustar

0 comentarios

Déjanos tu comentario

Síguenos en Facebook