Es interesante ahondar en la vida de José Antonio, descubrir como poco a poco su pensamiento evolucionó del simple reaccionario defensor de su clase y privilegio burgués a aquel revolucionario temerario de sus últimos años.
Quizás otros grandes hombres como
Ramiro Ledesma influyeron en esa evolución, quizás sus lecturas lo orientaron a
ese cambio de pensamiento (Marx fue una de sus lecturas predilectas en sus
últimos años), pero lo destacable de esto es que reconoció sus errores, supo
entender que no debía quedarse estancado en un pensamiento conservador y
estático, que en la práctica era poco efectivo. Llegó a la conclusión de que
son las masas de obreros y campesinos las que componen el alma de toda nación,
no esos sectores burgueses que con tal de conservar sus privilegios y riquezas
son capaces de venderse al mejor postor.
Con un poco más de 30 años
descubrió que es el sistema capitalista el verdadero enemigo de los pueblos,
que el comunismo solo es el efecto de las injusticias del capitalismo y de que
de nada vale atacar ese efecto si no se destruye totalmente su causa.
En su discurso pronunciado en el
Cine de Madrid, el 19 de mayo de 1935 manifestó lo siguiente:
“…Por eso no queremos ni lo
uno ni lo otro (capitalismo ni comunismo); por eso queremos evitar –porque creemos
en su aserto– el cumplimiento de las profecías de Carlos Marx. Pero lo queremos
resueltamente; no lo queremos como esos partidos antimarxistas que andan por ahí
y creen que el cumplimiento inexorable de unas leyes económicas e históricas se
atenúa diciendo a los obreros unas buenas palabras y mandándoles unos
abriguitos de punto para sus niños. Si se tiene la seria voluntad de impedir
que lleguen los resultados previstos en el vaticinio marxista, no hay más
remedio que desmontar el armatoste cuyo funcionamiento lleva implacablemente a
esas consecuencias: desmontar el
armatoste capitalista que conduce a la revolución social, a la dictadura rusa”.
José Antonio admitió que las
críticas de Marx hacia el capitalismo eran verídicas, pero no las soluciones
que este planteaba. Para él eran los capitalistas (los grandes magnates y
banqueros) los verdaderos enemigos contra los cuales hay que luchar, esos
capitalistas mantenían enfrentados en luchas fratricidas a los empresarios
(artesanos y pequeños productores) contra los obreros, campesinos y todas las
clases populares.
Es decir, una vez distinguido al
capitalista del empresario, el enemigo del empresario no era el obrero, sino el
capitalista, por lo que obreros y empresarios tenían en realidad un enemigo
común: el capitalismo. Evidentemente, semejante conclusión era inaceptable
no sólo para el pensamiento marxista de la época –pues desarticulaba el discurso
de la necesidad de la lucha de clases–, sino también para la mayoría de las doctrinas
conservadoras y liberales.
La evolución del pensamiento de
José Antonio puede servir de ejemplo para todos aquellos individuos y grupos
autoproclamados de “tercera posición”, cuyo pensamiento se ha aburguesado, que
desprecien las luchas populares por considerarlas “izquierdistas” y que además
pareciese que vivieran anclados en la década de los treinta y cuarenta del
siglo pasado. Hay que desarrollar ideas que vayan acordes a la realidad que
estamos viviendo actualmente, las soluciones deben ser realistas y radicales,
no acomodadas y tímidas.