La modernidad se comprende mejor cuando vemos el momento en
que la sociedad ya no se sitúa en primer lugar, sino que es el individuo el
considerado como precedente de todo hecho social, el cual no sería sino un
simple agregado de voluntades individuales. Considerado como un ser
fundamentalmente independiente de sus semejantes, el hombre es redefinido
paralelamente como un agente que busca permanentemente maximizar su mejor
interés, adoptando así el comportamiento del comerciante negociador en el
mercado (homo economicus).
La cultura del narcisismo, la desregulación económica, la religión de los derechos humanos, el colapso de lo comunitario, la teoría de género, la apología de los híbridos de cualquier naturaleza, la emergencia del arte contemporáneo, la telerrealidad, el utilitarismo, la lógica del mercado, la primacía de lo justo sobre el bien (y del derecho sobre el deber), la libre elección subjetiva erigida en regla general (el libre albedrío), el gusto por la basura, el reinado de lo desechable y de lo efímero programado, todo esto forma parte de un sistema contemporáneo en el que, bajo la influencia del liberalismo, el individuo se ha convertido en el centro de todo y ha sido erigido en criterio de evaluación universal. Comprender la lógica liberal es comprender lo que liga a todos estos elementos entre sí y los hace derivar de una matriz común.
El liberalismo, por sí solo, no resume la
modernidad, pero es su representante más ilustre («la forma más coherente del
proyecto moderno, dice Michéa, pero no su forma exclusiva»). Con frecuencia, la
modernidad ha sido descrita como la época en la que el modo de vida heterónoma
cede el lugar al modo de vida autónoma, es decir, como el momento en que se
pasa de una sociedad donde los comportamientos estaban normalizados por un
elenco de creencias y tradiciones a otra sociedad donde el hombre se concibe
como potencia libre para crearse exclusivamente a partir de sí mismo. Esta
concepción contiene una parte evidente de verdad, pero encuentra también
rápidamente sus límites, porque la modernidad no ha terminado con ciertas
dependencias y obligaciones más que para sustituirlas por nuevas formas
de alienación: explotación del trabajo, sujeción a la ley del valor,
transformación del sujeto en objeto, soledad en la multitud, absurdidad del
trabajo forzoso, colapso de la vida interior, inautenticidad de la existencia,
condicionamiento publicitario, tiranía de la moda, desaparición de la
intimidad, judicialización generalizada, falsedades mediáticas, control y
vigilancia social, reino de lo políticamente correcto, etc.