HONDURAS: INGENIERÍA SOCIAL EVANGÉLICA EN MARCHA
julio 30, 2025
En el corazón de Latinoamérica,
Honduras se ha vuelto más que una nación con una gran población evangélica; es
hoy el epicentro de un experimento de colonización espiritual y política sin
precedentes en el siglo XXI. Lo que parece una simple evolución religiosa es,
en realidad, la instauración gradual de un modelo de control social y cultural
que va más allá de lo espiritual para establecer una teocracia de baja
intensidad, en perfecta sintonía con intereses geopolíticos y económicos
externos. Este fenómeno no es fortuito ni repentino, sino la consecuencia de
décadas de estrategias, financiadas y coordinadas, que buscan dominar no solo
las creencias, sino también las instituciones, la memoria colectiva y la
identidad misma del pueblo hondureño.
El Triángulo Norte
Centroamericano, formado por Honduras, El Salvador y Guatemala, se ha
consolidado como un baluarte evangélico para los anglosajones. Curiosamente,
estos países, que han sido históricamente utilizados como plataformas
estratégicas para intereses militares y geopolíticos de Estados Unidos, se han
convertido en trampolines ideológicos que facilitan la expansión de una agenda
importada. Sin embargo, este fenómeno no se limita a Centroamérica; en países
como Brasil, la presencia de grupos protestantes ha ganado relevancia,
extendiéndose a otras regiones de Sudamérica y al sur de México. La invasión
angloprotestante, por consiguiente, se manifiesta a nivel ideológico en una
ingeniería social pura y dura, pero es en Honduras donde ha tenido mayor éxito.
Lo que ocurre en Honduras no es
solo una transformación religiosa; es un laboratorio de dominación religiosa
que está trazando un camino que podría replicarse en otras partes del mundo.
Todo lo que está sucediendo aquí, también puede ocurrir en tu país si no se
comprende lo que se vive en Honduras. La invasión angloprotestante no es un
fenómeno aislado; es una estrategia de ingeniería social que podría
reproducirse si no se actúa con conciencia y unidad. Este texto revela cómo,
bajo la apariencia de la fe y la salvación, se esconde una operación.
La CIA y la expansión
evangélica como arma geopolítica
La infiltración angloprotestante
no comenzó con la Guerra Fría: para cuando esta se calienta, los evangélicos ya
tenían décadas abonando el terreno. Ya desde los años 20 y 30, en plena
expansión del protestantismo estadounidense, llegaban a América Central
“misioneros” con Biblias en una mano y manuales de obediencia en la otra. No
venían a evangelizar, sino a sustituir: reemplazar el cristianismo católico
profundamente ligado a la identidad popular y a la tradición latinoamericana
por un cristianismo nuevo, importado, dócil y alineado con los valores del
mercado y el imperio. Era una siembra silenciosa que, con el tiempo, daría
frutos políticos.
Cuando la Guerra Fría alcanza su
punto de ebullición, los anglosajones ya no se ocultan: financian abiertamente.
La Teología de la Liberación había encendido alarmas en Washington. El Vaticano
II, Medellín y los curas comprometidos con la justicia social representaban una
amenaza real: un cristianismo que hablaba de estructuras de pecado, de lucha
contra la pobreza, de compromiso político. Había que neutralizarlo. El objetivo
era claro: desactivar al cristianismo comprometido con los pobres y reemplazarlo
por un evangelismo obediente, despolitizado y proimperial.
Grupos como Trans World Missions, Campus Crusade, la Moral Majority o el mismísimo Jerry Falwell no solo predicaban la palabra de Dios; eran canales subsidiados por la inteligencia estadounidense para instalar sucursales espirituales del imperio en países como Guatemala, Nicaragua o Chile. Iglesias como enclaves de influencia, listas para bendecir dictaduras, aplastar movimientos sociales y santificar con salmos la represión y la tortura del Tío Sam.
Evangelismo político para
fragmentar (balkanizar) Honduras
El evangelismo en Honduras no es
solo religión: es una maquinaria política perfectamente engrasada.
Instrumentaliza el voto evangélico como un bloque homogéneo, estructurando
campañas que se traducen en poder real: pastores electos, pastores en comisiones
judiciales, pastores decidiendo políticas públicas. La fe, en este escenario,
es solo la fachada; lo que hay detrás es ingeniería social al servicio del
control.
La movilización religiosa genera
segmentos cerrados: los “ungidos” contra los “pagano-católicos”, los indígenas,
los movimientos sociales. Una balkanización sociocultural en la que cada
comunidad queda atrapada en su gueto espiritual, aislada del tejido cultural
colectivo del país, obedeciendo al pastor en lugar de dialogar con su
comunidad.
Mientras Honduras se desangra
entre pobreza, fuga de cerebros y abandono estatal, miles de templos
evangélicos operan como centros de anestesia emocional. No cultivan el
espíritu: cultivan la obediencia. El dolor se transforma en culpa personal, la
esperanza en sumisión. El rebelde se vuelve dócil, el crítico se vuelve
creyente, y el sabio se convierte en espectador de cultos donde se canta, se
aplaude y se vota con instrucciones del púlpito.
El evangelismo no combate al
“pecado”, combate a la identidad. Su guerra es contra la memoria colectiva:
contra la religiosidad mestiza, la oralidad indígena, los símbolos populares.
Todo lo que huele a raíz cultural es tachado de brujería. Se desmantela la
identidad hondureña para instalar una copia postiza: individualista, alienada,
consumista y dócil.
Lo que vemos en Honduras es una
nueva forma de colonialismo: espiritual, emocional, psicológico. La Iglesia
evangélica no solo ha tomado el lugar del Estado donde este colapsó, también lo
ha reemplazado en la imaginación popular. Donde no hay justicia, está la
oración. Donde no hay escuela, hay vigilia. Donde no hay salud, hay “milagros”.
Y todo eso, financiado en parte por ONGs ultraconservadoras gringas que ven a
Honduras como una granja de creyentes útiles.
¿Quién se beneficia?
Los que sueñan con un país sin
dignidad, sin arraigo y sin capacidad de resistencia. La fragmentación no es
accidente, es estrategia. Una nación enfrentada entre “cristianos verdaderos” y
“perdidos”, incapaz de articular una visión común, es el terreno perfecto para
el capital trasnacional. Porque un pueblo dividido entre templos es un pueblo
que no marcha unido.
Hoy, el hondureño que antes tejía
comunidad, repite frases en inglés, diezma sin cuestionar y teme más al diablo
que a la injusticia. Se ha reemplazado la dignidad por la culpa, la lucha por
la sumisión, la identidad por el dogma importado. Esto no es religión, es
programación de masas. Con fondos. Con redes. Con estrategia. Con un solo
objetivo: convertir a los ciudadanos en súbditos de un “rey celestial” que
casualmente odia los sindicatos, la organización popular y la soberanía.
El evangelismo político como
caballo de Troya del sionismo global
Lo que está ocurriendo en
Honduras no es solo un auge religioso: es una colonización espiritual con
pasaporte estadounidense y bandera israelí. El evangelismo político que avanza
como lava en tierras secas ha adoptado una teología de exportación: el sionismo
cristiano. Una doctrina que no surge de la experiencia hondureña, ni de una
lectura crítica de la Biblia, sino de manuales escritos en Washington por
predicadores antisocialistas obsesionados con el Armagedón y el mercado libre.
En este guion importado, apoyar a
Israel no importa lo que haga, lo que destruya o a quién desplace es un deber
sagrado. Pastores hondureños, sin entender ni una pizca de la historia de Medio
Oriente, repiten como loros que "bendecir a Israel es bendecir a
Honduras". No lo hacen por convicción geopolítica, sino porque su
Pseudo-teología les promete la segunda venida de Cristo como premio por cada
dron que Tel Aviv dispare sobre Gaza.
El delirio es completo:
hondureños que jamás pisaron Palestina odian a los árabes por mandato pastoral,
mientras oran por el ejército israelí y celebran colonizaciones como si fueran
cruzadas divinas. La Biblia ya no es un libro espiritual, sino un manual de
política exterior. ¿Y quién financia ese show profético? ONG evangélicas
gringas con historial directo de intervención geopolítica. Nada es gratuito en
este negocio de la fe.
Así, el evangelismo político
hondureño se vuelve más imperial que espiritual. Cambia la justicia social por
la conquista territorial, la solidaridad por la prosperidad individual, y la
autonomía nacional por sumisión ideológica. Se predican guerras que no nos
pertenecen, se defienden crímenes que no se entienden, y se invoca a un dios
que ya ni se parece al que predicaba amor.
En nombre de la fe, Honduras ha
caído en una especie de Operación Cóndor espiritual: ya no se tortura con
electricidad, sino con culpa y miedo al infierno; ya no se controla con
militares, sino con versículos bíblicos. Mientras el país se hunde en desigualdad,
las iglesias florecen como franquicias de obediencia política, vendiendo
salvación a cambio de silencio. Y así, Honduras no solo ha perdido soberanía
económica y política. Ha perdido también su brújula moral. Y lo más triste: ni
se ha dado cuenta.
¿Qué queda por defender?
Honduras está ocupada. No por
tanques, sino por iglesias. No por marines, sino por “ministraciones”. No por
generales, sino por “profetas”. La invasión no llegó con botas, sino con
Biblias. Se abrió la puerta a una forma de esclavitud emocional y simbólica
que, al ser voluntaria, resulta aún más efectiva y peligrosa: una colonización
espiritual disfrazada de salvación.
Y no hace falta apoyar ideologías foráneas ni
agendas cosmopolitas para ver el desastre. Basta con querer una Honduras con
memoria, con raíz, con dignidad. Pero esa Honduras está siendo arrasada desde
el púlpito.
Aquí, el evangelismo no es una
religión: es una operación psicológica y geopolítica con ADN de la CIA. Una
herramienta diseñada para colonizar emocionalmente, fragmentar socialmente y
anestesiar culturalmente. Su objetivo es claro:
Honduras: Laboratorio de
Dominación Religiosa
Lo que ocurre en Honduras no es
solo una transformación religiosa: es una mutación del poder. Los evangélicos
no llegaron a salvar almas, sino a capturar el Estado. No vinieron a predicar,
sino a gobernar. Y lo están logrando sin disparar una sola bala. Lo más
alarmante no es la fe de los creyentes, sino la entrega total del país a una
teocracia sin rostro legal, pero con poder real. Mientras el pueblo ora, otros
legislan. Ya no necesitamos dictadores militares: tenemos predicadores con
micrófono, Biblia en mano y una maquinaria de votos detrás.
El peligro evangélico no es solo
espiritual: es político, cultural y existencial. Si no se detiene, nos
enfrentaremos a una Honduras que se convertirá en una pesadilla creciente, una
nación domesticada a punta de rezos, donde orar será más común que pensar.
Aquí, el evangelismo no es una
religión: es una operación psicológica y geopolítica con ADN de la CIA. Una
herramienta diseñada para colonizar emocionalmente, fragmentar socialmente y
anestesiar culturalmente. Su objetivo es claro:
• Crear un país balkanizado entre
los “ungidos” y los “perdidos”.
• Inocular valores alineados con
la ultraderecha cristiana y el sionismo teológico.
• Sustituir el intercambio de
ideas por pastoreo electoral.
• Y lo más peligroso: capturar el
alma nacional con el disfraz de la salvación.
Esto no es ingenuo ni espontáneo. Es evangelismo político disfrazado de fe. Una estrategia con fondos, manuales y logística transnacional que busca dominar la narrativa, controlar el voto y someter la cultura. En palabras crudas: estamos frente a una operación de ocupación ideológica. Y el primer territorio en disputa, es Honduras.
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