¿Qué es lo «indohispano»?

octubre 07, 2021

Ante todo «qué es» se advierte que su respuesta es un identificador, pues manifestará la existencia de algo, lo explicará y por tanto lo diferenciará del resto de cosas. Por ello, preguntarnos por el «qué es» de nuestros pueblos implica una respuesta identitaria. Y al revés, si queremos reflexionar sobre la identidad de nuestros pueblos, o de un individuo, hemos de preguntarnos por el «qué es» del pueblo, y del individuo.

El «qué es» es una pregunta de niños y de filósofos. A través de esa pregunta y sus similares, nos embarcamos en la descripción de la existencia y todo lo que hay en ella. Ahora bien, trayéndolo al ámbito metapolítico, la pregunta «¿qué es?» la destinamos en este momento a la realidad del ser de nuestros pueblos. Un «¿qué somos?» dirigido a los pueblos de este continente, y en particular a los de Centroamérica. Ante esa pregunta, en los pueblos de habla hispana lo común hoy es responder con el prostituido término «latino», que ya de por sí es corto de «latinoamericano» (el hecho de que se acorte refleja ya suficiente pereza mental como para decirlo completamente). Este termino tiene varios inconvenientes para ser usado como identificador de nuestros pueblos.

Primero, el aspecto histórico y político: el termino surgió de parte de la inteligencia francesa en el siglo XIX. Algunos afirman que ya desde antes en estos lados se venía pensando en la «latinidad» como contrapeso a la América germánica del norte, sin embargo, no cabe duda que el mayor beneficiado de la aplicación generalizada del término «América latina» sería el Imperio Frances de Napoleón III, pues al considerarse descendiente de Roma reclamaría una hermandad con la América hispana y le permitiría expandir su colonialismo en el continente. Se curarían en salud, como dice Alberto Buela. Respecto a esto cabe destacar el pronunciado afrancesamiento de los intelectuales americanos del modernismo literario, quienes se denominaban a sí mismos como «latinoamericanistas». Francia había logrado con esto parte de su objetivo: halar para sí (al menos en lo cultural) un continente en el que no tenía nada que ver.

Lo segundo es que esta «latinidad» tendría solo fundamento genuino en el origen de los idiomas, pues de los valores de los pueblos del Lacio poco quedaba ya que se compartiera. Lo nuestro era, y es, lo hispano, católico, escolástico, no lo francés, ilustrado y colonialista, germen de tantas desgracias intelectuales modernas. En tal sentido, no se puede usar el origen de la lengua de un pueblo como identificador de ese pueblo. El término «latinoamericano» no aporta nada, ni clarifica nuestra pregunta por el qué somos. Es más, el término «latino» hoy en día refleja la no-distinción de nuestros pueblos; lo «latino» es cualquier cosa que venga a asentarse a América y adopte el español o portugués, no importa la cultura, los valores o sus orígenes. Todos pueden ser «latinos» hoy, y por tanto lo «latino» no es nada más que un estorbo en la búsqueda de nuestra identidad, porque identificarse es diferenciarse.

Sandino, de pie y al centro, con Turcios sentado y de traje. 

Pero, ¿y qué es esto de indohispanos? El término no nos lo sacamos de la bolsa ni lo inventamos nosotros. Este término fue usado por dos grandes prohombres del siglo pasado en Centroamérica, Froylan Turcios y Augusto Sandino. Ya tocará hablar mas a detalle de la heroica gesta de Sandino y el ejemplo trágico y fáustico de su vida, lo que aquí nos importa es lo que él, junto a Turcios -el promotor de su gesta en los círculos intelectuales del continente- contribuyeron a la identificación de nuestra gente. Tal vez Sandino no tuvo la amplitud intelectual de querer describir a nuestros pueblos desde su Ser stricto sensu, pero hizo gala de ciertos matices que nosotros tomamos como materia prima para desarrollarlo más.

Sandino fue influenciado por las ideas de Vasconcelos, Ugarte y Haya de la Torre, de todos ellos forjo su pensamiento continental, imaginó y propuso la creación de un bloque hispanoamericano capaz de hacerle frente al salvajismo imperialista de la angloesfera. El indigenista Haya de la Torre hablaba de un «indoamericanismo»; Sandino, sin embargo, fiel creyente de que lo que componía a nuestros pueblos no era pura materia india, sino también la sangre hispana, hizo uso del termino «indohispano» e «indohispanismo» para referirse a nuestra raza de un modo mas realista. La verdad es que el uso de estos conceptos fue con intención política, de defensa frente al monroísmo yanqui que con su «americanismo» a secas planteaba expandir su dominación por todo el continente.

Ni Sandino ni Turcios desarrollaron a fondo el concepto del «indohispano» como Ser nacional, a lo mucho se reservaron a la mera descripción biologicista de nuestro pueblo: la mezcla de lo indio y lo hispano, con algún adorno idealista. Sin embargo, decidimos rescatar ese término y dotarle de una mayor amplitud más allá del mero biologicismo, vicio que la angloesfera ha regado en nuestros pueblos como muestra más de su imperialismo cultural.

Lo indohispano como concepto metapolítico refleja la simbiosis de dos cosmovisiones, no solo de dos troncos raciales. La una, la conquistadora, aventurera y civilizadora; la otra, la guerrera, telúrica y naturalista. La una, no es cosmovisión europea completamente, sino hispana y mediterránea, heredera propiamente de los valores grecorromanos y la hija más fiel del catolicismo. Con la llegada del aventurero español pre-moderno, llegó a estas tierras la axiología católica y medieval que hizo fusión con el sentido telúrico y existencial propio del indio, características -no siempre perceptibles a simple ojo-, que se han ido uniendo y transmitiendo por siglos hasta nuestros días, como genuina tradición orgánica, pero que desde las independencias el liberalismo ha buscado mermar y destruir.

El término Hispanoamérica es aceptable, pero preferimos lo indohispano porque remarca nuestra parte indígena, su apego a la tierra, su forma de vivir el tiempo y su vivencia en comunión con la naturaleza, rasgos que hoy más que nunca necesitamos rescatar. Lo indohispano es lo propio de Hispanoamérica. Podrán haber emigrado hacia acá franceses, italianos, germanos o eslavos, pero la base, el pilar firme de nuestra existencia, la constituye la unión de lo indio y lo hispano; el resto han sido adornos, unos buenos y otros no tanto.

A pesar de denominarse indohispano, Sandino usaba frecuentemente el termino Latinoamérica o América latina, lo que no se le culpa, pues ya era algo generalizado. Pero vale aclarar que la latinidad a la que se hacía referencia entre los intelectuales de finales del siglo XIX e inicios del XX, era en términos defensivos contra la «bestia rubia y salvaje» que era el imperialismo yanqui. Era un concepto que planteaba una contra a la homogeneización del anglo liberal que buscaba atiborrarse para sí todo el continente. Hoy la latinidad es bailar reguetón, vivir la vida de un putero y gozar del liberalismo que la bestia rubia nos impone. Lo latino (hoy) hace gala a lo sensual, al caribe, a la playa y al disfrute de una vida llena de placer y carente de honor y trascendencia. Con lo indohispano rechazamos lo anarquizante de lo afrocaribeño y afirmamos la jerarquía en nuestra unión a la tierra, al campo y a la montaña; desechamos el placer y afirmamos el deber y el honor. Con nuestro sentido telúrico de la existencia afirmamos la familia, la tradición y el trabajo; rechazamos el libertinaje, lo efímero y lo mercantil. Lo latino es signo de globalización; lo indohispano, nuestra disidencia. 

Por eso, frente a lo latino, lo indohispano.

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