Ramiro Ledesma sobre lo inviable de la democracia liberal
enero 08, 2022
La democracia parlamentaria otorgó el Poder, y lo otorgará
siempre mientras subsista, a la burguesía misma, o a sus representantes más
directos, que son los partidos.
Pero ocurre que el burgués carece en absoluto de capacidad
para las tareas políticas rectoras. Es el tipo social menos propio y adecuado
para el ejercicio del poder político. Le falta por completo el sentido de lo colectivo,
el espíritu de la comunidad popular, la ambición histórica y el temple heroico.
Todo lo que actúa hoy como germen de resquebrajamiento, de
impotencia, de cansancio y egoísmo, se debe de un modo directo al predominio
social de la burguesía, y al predominio político de sus mandatarios, sus abogados
y testaferros.
Ha entrado hace ya tiempo la civilización demoburguesa en
una etapa final, caracterizada por la hipocresía, pues habiendo perdido ella
misma la fe en sus principios, trata de sostenerse a costa de desvirtuarlos y falsearlos
cínicamente. Favorece tal empresa el hecho de que la actitud característica del
espíritu demoburgués —tendencia a la crítica, ceguera para lo colectivo,
tibieza patriótica, falso humanitarismo sentimental, etc.— es compartida por
anchas y extensas zonas, ya que sus contornos no se ciñen sólo a capas y
sectores de privilegio económico, sino que alcanzan y comprenden también
núcleos populares, proletarios, captados por él y por sus características más
viles y degradadas.
Pero esa actitud histórica, en su sector más representativo
y operante, tiene ya hoy plena conciencia de su infecundidad y agotamiento.
Advierte que sus ideales políticos, lejos de construir y edificar nada, se transforman
apenas salen de sus labios en fuentes de destrucción y de discordia. Sabe que
su sistema y su ordenación económica conducen al advenimiento de crisis
gigantescas, a su propia ruina y al hambre de las grandes masas en paro
forzoso. Ve, asimismo, que las instituciones políticas y sociales, creadas por
ella, convierten a las naciones en teatro permanente de sangrientas pugnas, y
debilitan cada día más la solidaridad nacional, hasta poner en peligro la
propia vigencia histórica de los pueblos. Percibe que no sabe qué hacer con las
grandes oleadas juveniles que van llegando, y contempla, por último, la
inminencia de su agotamiento y de su desaparición irremediable. (1)
(1) Texto tomado de: Discurso a las Juventudes de España, Ramiro Ledesma
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