Honduras: Entre la Belleza Natural y el Fracaso Social
julio 12, 2025
Muchos afirman que Honduras es un
país bello, y no se equivocan… en parte. Con su geografía montañosa, selvas
densas, arrecifes coralinos y playas que rivalizan con cualquier paraíso
caribeño, posee una riqueza natural incuestionable. Pero este esplendor queda
sepultado bajo el peso de una realidad social corrosiva, un sistema político
podrido y una cultura popular infantilizada por décadas de manipulación
mediática y abandono educativo.
Desde la infancia, generaciones
han crecido entre relatos de adicciones, violencia, corrupción y desesperanza.
Lo que debería ser motivo de alarma se ha vuelto costumbre. La población ha
normalizado lo grotesco, y se refugia tras una sonrisa patriótica que repite «Honduras es bella», sin detenerse a preguntar qué hace verdaderamente bello a
un país. Porque un territorio no es solo su tierra: es su gente, sus
instituciones, su cultura política. ¿Puede considerarse bello un país donde la
vida cotidiana transcurre entre masacres, basura, impunidad y desesperanza
colectiva?
En el plano turístico, la
tragedia es igual de evidente. Mientras países como Nicaragua con menos
recursos naturales reciben ¡un millón de turistas al año!, Honduras apenas
logra figurar, arrastrándose en el fango de la indiferencia institucional y la
miseria estratégica. Su riqueza natural está desperdiciada, su patrimonio
cultural ignorado, su infraestructura turística en ruinas. Honduras compite con
Surinam y Guyana por el deshonroso puesto de país menos visitado de América
Latina. Y lo peor: lo logra con honores.
Mientras El Salvador incrementa
sus cifras de visitantes con una estrategia estatal clara, Honduras permanece
rezagada, atrapada en la desidia gubernamental y una visión anticuada de lo que
significa fomentar el turismo. Aquí, donde hay de todo, arrecifes, selvas,
pueblos coloniales, ruinas arqueológicas, playas vírgenes, no falta belleza:
falta dirección, seguridad, infraestructura, voluntad política. Y lo que ofrece
el Estado son campañas propagandísticas vacías, como si un eslogan bastara para
tapar los baches o la nula presencia institucional en sitios turísticos.
Y es que el turista promedio no
busca caos urbano, barrios inseguros ni incertidumbre. Quiere experiencias,
naturaleza, cultura, seguridad. Pero si el único extranjero que muchos han
visto es un misionero mormón, eso lo dice todo. Mientras tanto, la narrativa
oficial sigue vendiendo una fantasía de «país en superación» que no resiste ni
el más mínimo contraste con la realidad.
Una pornomiseria exportada como
postal tropical, mientras se pide al extranjero que solo mire montañas y
playas. ¿Pero qué más puede mostrar un país que ha sido reducido a su
naturaleza por la negligencia de su clase política y la pasividad de sus ciudadanos?
Costa Rica, con menos recursos naturales, ha construido una imagen
internacional sólida gracias a su institucionalidad y cultura cívica.
Aquí, en cambio, se reacciona con
ofensa cuando un extranjero muestra la miseria, como si señalar la basura fuera
peor que vivir entre ella. Honduras, lamentablemente, no es solo un territorio
empobrecido: es también un manicomio sin salida, una prisión de pueblos. Y
mientras no se rompa la narrativa infantil de que basta con tener montañas para
ser una nación digna, seguiremos condenados a ser «bonitos, pero peligrosos», «ricos en paisajes, pobres en civismo». Y eso no es belleza. Eso es tragedia.
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