La patria geek: adultos latinoamericanos atrapados en su infancia
julio 12, 2025
En Latinoamérica, ya no hay
revoluciones ni ideas nuevas. Nos quedan los estrenos del Universo cinematográfico de Marvel. Y cuando no hay
estrenos, se desatan pataletas colectivas en redes sociales porque alguien osó
redibujar al nuevo Superman con características diferentes, nuevas propuestas
o, aún peor, con una historia que no encaja en el canon sagrado de unos cómics
creados hace 70 años por dos judíos de Cleveland.
Y entonces, como si tocaran a su
deidad personal, hordas de hombres adultos latinoamericanos, de treinta a
cuarenta y pico años, reaccionan de manera exagerada, furiosa, y completamente
absurda. La ira infantil que demuestran ante el cambio de género, color o
motivaciones de un personaje ficticio, confirma lo que ya intuíamos: la adultez
latinoamericana está en quiebra.
Nos encontramos ante una sociedad
que no evoluciona, una cultura regional colonizada no solo en lo económico o
político, sino también en lo emocional y simbólico. Hemos cambiado a nuestros héroes
por superhéroes estadounidenses en mallas. A nuestros intelectuales por
youtubers que comentan el tráiler de una nueva película genérica de
superhéroes. Y lo peor: nuestras frustraciones reales por crisis proyectadas en
el multiverso cinematográfico.
¿En serio un hombre de Honduras,
México, Colombia o Argentina, que vive en un país con cortes de luz, inflación
o violencia estructural, tiene tiempo para indignarse porque Superman ya no es
como lo recuerda de niño? ¡Por supuesto que sí! Porque en esta infantilización
crónica que padecemos como región, lo único que nos queda es el escape hacia
una cultura pop que ni siquiera es nuestra.
Y aquí es donde se revela la
tragedia: ni siquiera tuvimos nuestra propia edad dorada, y sin embargo,
defendemos la ajena con más fervor que los propios estadounidenses. Nos
tragamos la nostalgia ochentera como si Stranger Things reflejara nuestra
infancia, cuando aquí apenas llegaban VHS piratas y los dibujos animados los
veíamos con doblaje desincronizado. Pero no importa: ya hemos internalizado la
idea de que lo realmente sagrado viene de Estados Unidos.
La tóxica influencia del imperio
cultural yanqui ha generado no solo un consumo pasivo, sino una verdadera
conexión emocional con el producto. Ya no se trata de disfrutar una película,
sino de que tu propia identidad dependa de cómo retraten a Batman o a
Wolverine. Por eso el comportamiento inmaduro ante cualquier cambio es tan
agresivo: porque no están tocando un personaje, sino al niño que aún no has
dejado atrás.
Y esto no es casualidad. La
cultura geek es la nueva religión del mundo occidental, y Latinoamérica, como
siempre, actúa como colonia entusiasta, como discípulo servil. Aquí también
tenemos «manchilds» que coleccionan «funkos», que lloran
con el tráiler de la nueva de X-Men, que creen que «la guerra
cultural» se libra entre Disney y Warner y no en los presupuestos
públicos, la censura o la desaparición de voces disidentes.
Estamos presenciando una
latinoamericanización de la decadencia cultural: una importación directa de los
desechos creativos de un imperio en ruinas, tragados con fervor por adultos que
ya no saben vivir fuera del universo Marvel. Y no solo eso: reproducen esa
visión binaria, puritana y mesiánica del mundo, como si fueran parte de la Liga
de la Justicia combatiendo al nuevo «Hitler» de turno que los medios
les asignen.
La religión geek ha reemplazado a
cualquier otra forma de pensamiento crítico. Ya no hay izquierda ni derecha,
solo «los buenos» y «los villanos», según el guion de tu
última serie de Amazon Prime. Y en medio de esta distopía mental, el adulto
latinoamericano condenado al subempleo, a la deuda y a la precariedad elige
llorar por Superman, pelear por Batman, hacer memes de Star Wars y sentirse un «Jedi» digital mientras paga el alquiler tarde.
La cultura geek no solo nos ha
infantilizado, sino que nos ha castrado políticamente. Nos ha convencido de que
nuestra participación en el mundo se limita a dar «likes», armar
teorías conspirativas sobre cameos y fingir que participar en una convención de
cómics es un acto de identidad. La crisis de masculinidad en Latinoamérica no
se resuelve con más testosterona, sino con madurez. Pero para eso hay que dejar
de rendir culto a una infancia televisiva que ni siquiera fue la nuestra.
Así que la próxima vez que veas a
tipos en sus 20, 30 o incluso 40 años peleando en Facebook y X porque «el nuevo
Superman es una basura», no los juzgues. Solo míralos y entiende que estás ante
huérfanos simbólicos de una cultura ajena, devotos de una religión global cuyo
templo está en Hollywood y cuyos mandamientos se escriben en cada tráiler.
Lo más trágico de todo es que no
quieren liberarse de esta cárcel de plástico y gráficos creados por computadora . Porque salir de ella
implicaría, por fin, madurar. Y eso, para muchos, es más aterrador que
cualquier villano de cómic. Mientras tanto, América Latina se hunde en la miseria
real. Pero tranquilo, el multiverso es más importante.
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