Honduras no lee porque no quiere: un país cómodo en su ignorancia
julio 15, 2025
Honduras no tiene un problema de
lectura. Tiene un problema de voluntad. De desinterés. De pereza mental. Aquí
no se lee porque no se quiere leer. Punto. No es solo por pobreza, no es solo
por falta de libros, no es solo por culpa del gobierno. Es, sobre todo, porque
el hondureño promedio ha renunciado al pensamiento. Porque le basta con el
titular, el meme, el sermón dominical, la frase motivacional reciclada en
Facebook.
Este país vive con miedo, con
rabia, con hambre… pero también con una peligrosa comodidad en la ignorancia.
Mientras medio mundo corre detrás del conocimiento, Honduras se contenta con no
saber nada. Con no preguntar. Con no leer más de tres líneas antes de
aburrirse. Y así, se hunde.
El país que no lee, ni quiere que
se lea
Más de la mitad de la población
nunca ha leído un libro. No en el último año. No en la escuela. Nunca. Para
muchos, el libro es un objeto extraño, sospechoso, ajeno. Lo ven y lo ignoran.
Porque leer exige atención. Paciencia. Esfuerzo. Y este país odia el esfuerzo
mental.
La escuela no enseña a leer de
verdad. Forma repetidores, no pensadores. Los maestros salvo excepciones
heroicas no exigen lectura, no la valoran, no la viven. En casa, leer es perder
el tiempo: mejor barrer, rezar o mirar el celular. Y en la calle, el libro no
existe. No es parte del paisaje. No forma parte del día a día. En Honduras,
leer es visto como lujo, rareza o sospecha de querer "parecer más que los
demás".
El hondureño se informa por
chisme, y opina con ignorancia
No es exagerado decir que el
hondureño promedio apenas si se toma el tiempo de leer el encabezado. Mucho
menos el contenido. Prefiere el video corto, el mensaje de WhatsApp reenviado
diez veces, el rumor. La desinformación reina porque no hay hábito de contrastar,
de investigar, de pensar. El resultado: un país manipulable, crédulo, fanático
y fácil de engañar.
¿Y qué se lee? Lo que no molesta:
religión, autoayuda y tonterías Cuando por fin alguien lee, lo hace por
obligación escolar o buscando consuelo emocional. Se consumen libros de
autoayuda barata, reflexiones religiosas repetitivas, devocionales que ofrecen
promesas mágicas. Cero literaturas, cero historias, cero pensamientos críticos.
Leer por placer, por curiosidad, por ampliar horizontes, es casi inexistente.
Lo que se vende en las pocas librerías es lo que no incomoda, lo que no hace
pensar, lo que adormece.
La culpa no es solo del Estado.
Es de todos.
Sí, el Estado ha fallado. Sí, la
educación es una ruina. Sí, no hay acceso suficiente a libros ni bibliotecas.
Pero también hay una cultura nacional de apatía intelectual. No hay deseo de
saber. No hay hambre de conocimiento. Y eso no lo cambia ni una ley, ni una
campaña publicitaria, ni una biblioteca nueva. Se cambia cuando la gente deja
de estar conforme con no entender nada.
Leer no es un privilegio. Es un
acto de rebeldía
En un país donde todo está hecho
para que no pienses, leer es un acto revolucionario. Pero pocos están
dispuestos. Leer no es solo saber juntar letras. Es hacerse preguntas. Es dejar
de repetir. Es no creerse todo lo que dicen. Y eso en Honduras es peligroso.
Por eso mejor nadie lee. Así nadie molesta. Así nadie despierta.
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