Sonríe, eres pobre: el optimismo como política pública
julio 07, 2025
Falso optimismo y la romantización neoliberal de la
precariedad en América Latina
Por Alberto Erazo y Kevin Torres
El sector
informal se ha presentado falsamente como un símbolo de vitalidad económica. Se
nos dice constantemente que es el «motor del desarrollo» y un signo de la
«resiliencia» latinoamericana. Los vendedores ambulantes de comida, los
talleres de reparación de neumáticos en las carreteras y la venta de productos
reciclados se celebran como logros, como si fueran prueba del progreso
económico. Pero esto no es progreso; es un disfraz precario del estancamiento.
La realidad es
que los gobiernos no han logrado crear empleo formal ni implementar políticas
públicas eficaces que permitan el surgimiento de los mismos. En lugar de
reconocer este fracaso, promueven una narrativa basada en una forma superficial
de liberalismo: la idea del «hombre hecho a sí mismo», irrelevante para las
condiciones materiales de la mayoría de la población latinoamericana. La
retórica hueca del «emprendedor» que, supuestamente, construye su propio
destino desde la nada, se presenta como el discurso principal, mientras que
millones de personas simplemente subsisten en economías marginales.
Cualquier leve
indicio de actividad económica se vende como un logro. Sin embargo, lo que esto
muestra es cuán lejos estamos del desarrollo genuino. Un país donde abrir un
puesto de dulces en la calle se celebra como "emprendimiento" no
progresa, sino que se encuentra sumido en una fantasía que evita encarar los
problemas estructurales. Es un autoengaño institucionalizado.
Lo que más se
destaca, es cómo los medios y el gobierno alimentan esta narrativa. Hablan del
sector informal como si fuera un salto hacia el desarrollo, como si fuera una
puerta de entrada a la prosperidad. Pero la verdad es que este modelo se basa
en la precariedad. En lugar de crear caminos para que las personas accedan a un
empleo digno y formal, los gobiernos fomentan el “emprendimiento” como la
respuesta. El mensaje es: si no tienes un trabajo, inicia tu propio negocio.
Estas pequeñas empresas no crean una masa crítica de riqueza o, mucho menos, un
desarrollo sostenible. La mayor parte de esa “riqueza” permanece atrapada en el
microcosmos de la informalidad y está estancada, careciendo de inversión en
innovación, acceso real a servicios públicos o beneficios sociales.
La economía
informal, como se le describe a este fenómeno, es el principal signo de
deterior de las capacidades productivas de una población. La forma como esta
“economía” se manifiesta, muestra no solo fracasos en matérica económica, sino
también, en materia educativa, un Estado que no es capaz de promover la
creatividad en su población mas joven, es un Estado que dependerá a futuro de
las importaciones.
El optimismo de
esta narrativa es tan rancio como inverosímil. Es un espejismo que fomenta la
aceptación del conformismo, al mismo tiempo que las estructuras de poder
continúan operando sin cambios. Es una jugada maestra de quienes sostienen el
statu quo, pues infunde la percepción de que hay avances, cuando en la realidad
el país permanece atrapado en una economía de subsistencia.
Afirmar que
Latinoamérica se asemejará algún día a China o a los países nórdicos es una
falacia con aroma a optimismo superficial. La verdad es que, mientras varios
sectores se ven sumidos en la informalidad, otros, más afortunados, continúan
amasando grandes beneficios sin una distribución equitativa de la riqueza. En
el mejor de los escenarios, la idea de un "desarrollo" se asemeja más
a una utopía irrealizable que a un plan de acción viable.
La brecha es tan
amplia, que resulta complicado concebir una ruta directa hacia ese futuro
anhelado, sin una transformación estructural de calado. Simplemente no se dan
las condiciones: ni la infraestructura adecuada, ni políticas de educación y
salud de calidad, ni un acceso justo a capital o mercados globales. Si
persistimos en la noción de que el "trabajo por cuenta propia" en la
informalidad es sinónimo de éxito, no solo engañamos a la población, sino que
también le arrebatamos la oportunidad de aspirar a una vida digna en una
economía moderna.
En esencia, lo
que está en juego es el distanciamiento de una clase dirigente (política y
empresarial) que reside en su propia burbuja, distrayendo a la gente con
fantasías de "éxito" y "emprendimiento". Mientras tanto,
las estructuras de poder, tanto económicas como políticas, siguen operando sin
mostrar una transformación genuina. Que alguien elija no pagar impuestos para
eludir las cargas de la formalidad en su negocio no es un acto de rebeldía,
sino una reacción lógica a un sistema que no proporciona incentivos reales para
la regularización.
Esta mentalidad
de "sálvese quien pueda" en
vez de un enfoque estructural y colectivo es justo lo que frena el cambio real.
En lugar de edificar una economía robusta, inclusiva y sostenible, nos apegamos
a soluciones superficiales. Y la sociedad entera, con sus esperanzas
depositadas en esta clase de progreso absurdo, sigue atrapada en un ciclo de
frustración, con un futuro cada vez más incierto.
El optimismo de
la narrativa liberal en Latinoamérica, frente a la informalidad y el pequeño
negocio, enmascara el estancamiento económico. No es un signo de bonanza, sino
la prueba de la inacción, del olvido de políticas públicas consistentes y de la
ausencia de inversión en el bienestar general.
Alimentar a la gente con la vana esperanza de un futuro exitoso a través
de la venta de dulces o la reparación de neumáticos es condenarla a una vida de
precariedad económica, mientras los sectores más influyentes siguen
beneficiándose de un sistema profundamente desigual.
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