El sadismo de Occidente disfrazado de filantropía: de Versalles a las sanciones de 2022

septiembre 23, 2025

 



La siniestra mentalidad de las actuales élites liberales occidentales será caso de estudio por siglos venideros. Lo que hicieron a los alemanes entre 1914 y 1918, y cómo esto se recrudeció en 1919, es un espejo perfecto de lo que querían infligirle a Rusia en pleno 2022, un plan que, por fortuna, no les salió a estos hematófagos occidentales. Su estrategia era simple y monstruosa: aniquilar la mayor cantidad de mujeres, niños y ancianos rusos mediante la inanición, todo en nombre de reglas y derechos humanos que ellos mismos reinterpretan a conveniencia.

Hablamos de bestias con pretensiones de civilización; caníbales con cubiertos, dispuestos a impartir lecciones de moral mientras planeaban infligir el mayor daño posible de un país entero. Impregnados de una rusofobia sin precedentes, estaban decididos a arrasar un país hermano, Rusia, parte legítima de Europa, para ofrecer al resto del Sur Global un “ejemplo ejemplarizante” de lo que ocurre cuando uno desafía la narrativa occidental. Que esto quede claro: cualquier país que ose apartarse de esta civilización satánica llamada Occidente, recibirá sin duda un recordatorio de hasta dónde llegan estas élites caníbales.

La historia oficial siempre se cuenta desde el púlpito de los vencedores. Se nos enseña que Alemania fue la encarnación del mal en 1914, y que su derrota era necesaria para salvar a la humanidad de un monstruo. Se nos enseña que Rusia en 2022 debía ser castigada porque su desafío a la “comunidad internacional” era intolerable. Pero lo que jamás se confiesa es que, detrás de la propaganda, hubo un patrón repetido: el hambre como arma, la economía como cadena, el saqueo como moralidad.

Los Aliados en 1914–1919 descubrieron que ya no hacía falta el gas ni la ametralladora para matar a un pueblo; bastaba cerrar sus puertos, asfixiar sus rutas de comercio, estrangular sus fábricas y dejar que la población civil se consumiera lentamente en la miseria. Esa maquinaria, perfeccionada durante y después de la Primera Guerra Mundial, fue desempolvada en 2022 contra Rusia con el disfraz elegante de las “sanciones internacionales”.

Lo que en ambos casos se desplegó no fue simplemente estrategia militar o diplomática, sino una lógica diabólica, un sadismo burocrático que convierte la inanición y la desesperación en herramientas de política exterior. No se trata de nazismo, ni de fascismo explícito; es algo más insano: un mal vestido de civilización, legitimado por parlamentos y periódicos, celebrado por intelectuales y economistas. Un mal frío, calculado, que no grita ni desfila, pero que firma decretos y sonríe en conferencias de paz.

El hambre como arma: Alemania 1914–1919

En agosto de 1914, apenas estallada la guerra, la marina británica instauró un bloqueo naval sobre Alemania y Austria-Hungría. Oficialmente, se trataba de impedir que los ejércitos del Kaiser recibieran suministros estratégicos. En la práctica, fue un cerco económico total que no distinguía entre soldado y campesino, entre cañón y pan.

Durante más de cuatro años, el Reich quedó aislado del comercio mundial. Los alimentos escasearon, los fertilizantes no pudieron importarse, las cosechas se redujeron y la población civil se hundió en la penuria. En el invierno de 1916–1917, el tristemente célebre “invierno de los nabos”, millones de familias alemanas sobrevivían a base de verduras podridas y pan adulterado. Las tasas de mortalidad infantil se dispararon, las epidemias se expandieron y se estima que entre 400,000 y 750,000 civiles murieron por hambre y enfermedades derivadas del bloqueo.

¿Era esto un accidente de guerra? No. Era un plan deliberado, documentado en los debates de la Royal Navy y en los informes del Foreign Office británico. El hambre no fue un daño colateral: fue un arma programada, utilizada con precisión quirúrgica para quebrar la moral de toda una nación. Y lo más repugnante: los Aliados continuaron con el bloqueo incluso después del armisticio de noviembre de 1918, cuando las tropas ya se habían rendido. Alemania, derrotada, hambrienta y sin ejército, seguía siendo estrangulada hasta firmar en Versalles la capitulación total.

El hambre se transformó así en chantaje diplomático: o firmas el acta de tu propia humillación, o seguimos matando de inanición a tus mujeres y tus niños.

Cuando en junio de 1919 se reunieron los vencedores en el Salón de los Espejos de Versalles, no estaban construyendo la paz: estaban perfeccionando el saqueo. Alemania fue obligada a firmar un tratado que, bajo la retórica de la justicia, escondía un sistema de colonización económica. Los Aliados no necesitaban tropas de ocupación en cada ciudad; bastaba con encadenar la economía alemana a un mecanismo de reparaciones imposibles y amputaciones territoriales que desangrarían al país durante generaciones.

El Reich perdió Alsacia y Lorena, entregó territorios a Polonia, fue despojado de sus colonias en África y Oceanía. Perdió la cuenca del Sarre, corazón de su carbón, y vio ocupada la región del Rin por tropas francesas. El tratado incluso se arrogaba el derecho de controlar las exportaciones de Alemania, como si todo el país hubiera sido reducido a una gran hacienda feudal bajo supervisión extranjera.

Pero lo más demoníaco no fue la mutilación territorial, sino el mecanismo de deuda eterna. Alemania debía pagar reparaciones que superaban los 132 mil millones de marcos-oro, una cifra imposible que ningún economista serio podía defender. Esa deuda transformó a los alemanes en esclavos modernos, trabajando no para reconstruir su país, sino para alimentar a sus verdugos.

El lenguaje del tratado era hipócrita hasta lo indecible: hablaba de “responsabilidad exclusiva” de Alemania por la guerra, como si las intrigas británicas en Bélgica, las ambiciones económicas de Occidente o la arrogancia francesa no hubiesen tenido nada que ver. Pero esa mentira fundacional permitía justificar todo: si Alemania era la encarnación del mal, entonces cualquier medida de expolio era moralmente correcta.

El resultado fue devastador: hiperinflación, desempleo masivo, hambre prolongada. Las familias alemanas vieron cómo sus ahorros se evaporaban de un día a otro; cómo se necesitaba una carretilla de billetes para comprar un pedazo de pan. Esa ruina no fue un accidente económico: fue un castigo diseñado, una lección ejemplarizante para cualquier nación que osara desafiar el orden anglosajón.

La imprenta como cómplice

Todo este genocidio por hambre y expolio no habría sido posible sin el coro servil de la prensa y la intelectualidad occidental. En Londres, París y Nueva York, los periódicos repetían la narrativa oficial: los alemanes eran bárbaros, habían violado a Bélgica, habían hundido barcos de pasajeros, y ahora estaban recibiendo simplemente el castigo que merecían.

¿Morían niños en Berlín y Hamburgo por desnutrición? Se decía que era culpa del “militarismo prusiano”. ¿El invierno de los nabos reducía a la miseria a millones? La prensa anglosajona lo ignoraba o lo atribuía a la incompetencia alemana. El hambre, convenientemente silenciado, se convertía en una no-noticia.

El mismo patrón reapareció en 2022. Cuando se decretaron sanciones contra Rusia, la prensa occidental repitió la misma melodía: no eran sanciones contra el pueblo, sino contra “el régimen de Putin”. Una mentira burda: como si bloquear bancos, congelar reservas, cortar exportaciones, cerrar aerolíneas y restringir la venta de tecnología no afectara directamente al ciudadano común. El mecanismo era idéntico al de 1914–1919: castigar a una nación entera y luego culpar a su gobierno por el sufrimiento que las potencias occidentales habían provocado.

 Lo maléfico de esta propaganda es que convierte la crueldad en virtud. Se presenta el hambre como justicia, la miseria como pedagogía, la humillación como moralidad. Es una manipulación tan sofisticada que logra transformar el sadismo en filantropía.

De Alemania a Rusia: el manual reeditado

Si existe un hilo conductor en la historia de la diplomacia occidental es la capacidad de reinventar la maldad como política de Estado. Lo que se hizo con Alemania en 1914–1919 no fue un accidente: fue un manual de cómo aniquilar naciones mediante hambre, deuda y humillación, y la historia muestra que los occidentales no dudan en abrirlo de nuevo cuando les conviene.

Cuando se miran las sanciones de 2022 contra Rusia, el paralelismo es escalofriante. Así como Alemania sufrió bloqueos económicos, confiscaciones de bienes, control absoluto de exportaciones y propaganda que justificaba la miseria, Rusia enfrentó:

Bloqueos financieros: congelación de reservas internacionales, expulsión de bancos rusos del sistema SWIFT, restricciones en transacciones y pagos internacionales.

Saqueo económico indirecto: prohibición de exportaciones tecnológicas, cierre de mercados para productos rusos y retirada de empresas extranjeras que paralizaron sectores enteros.

Propaganda masiva: los medios occidentales repetían que estas medidas eran “contra el gobierno”, mientras millones de ciudadanos alemanes sufrían de hambre en 1919. En Rusia, sin embargo, todo el plan de maldad occidental estaba calculado, y el pueblo no vivió aquel infierno. Cada sanción, bloqueo o intento de quebrar la moral rusa fue anticipado y neutralizado; Occidente se encontró con que, esta vez, su perversa estrategia no funcionó. Pero eso no detuvo el despliegue de una rusofobia fanática y acelerada, sin parangón en la historia de Occidente ni siquiera en lo peor de la Guerra Fría: los rusos fueron tratados como orcos, violadores, tontos, un pueblo atrasado en todo. La OTAN, con complicidad tácita, dejó fluir a los NAFO, que en las redes atacaban cualquier indicio de cirílico con insultos rusofóbicos, una brutalidad que el propio redactor de estas palabras pudo constatar en carne propia.

No se trata solo de economía. Hay un intento de aniquilar la cultura y la presencia internacional rusa: deportistas, músicos, artistas, académicos y empresas rusas fueron excluidos o censurados por ser rusos. Esto no es mera sanción: es un plan diabólico de humillación sistemática, que lleva la lógica de Versalles mucho más allá, porque no busca simplemente castigar a los líderes, sino destruir la identidad de un país entero.

El paralelismo histórico es demasiado preciso como para ignorarlo. Los aliados en 1919 intentaron reducir a Alemania a un país de hambruna, con una economía amputada y una población aterrorizada; en 2022, la OTAN y la UE intentan reducir a Rusia a una “nación sancionada”, económicamente aislada y con su población víctima indirecta de políticas diseñadas para provocar sufrimiento generalizado. La diferencia es que hoy existen armas nucleares y la resiliencia estratégica rusa es infinitamente mayor que la de Alemania hace un siglo, pero el diseño diabólico sigue siendo el mismo: infligir dolor para doblegar la voluntad.

Hambre, propaganda y expropiación: la tríada de la maldad

La historia de Alemania enseña que cuando el hambre se combina con la propaganda y la expropiación, los resultados son aterradores. Entre 1918 y 1919, cientos de miles de alemanes murieron, los niños se deformaron por la desnutrición, y la economía fue saqueada hasta sus huesos. Todo mientras la prensa y los diplomáticos occidentales aplaudían desde París y Londres.

Ahora, en Rusia, los métodos son más sofisticados, pero el objetivo permanece: provocar descontento social, desmoralizar a la población y controlar indirectamente a un país que se resiste. Congelar reservas, cortar comercio y restringir la movilidad de las empresas extranjeras no solo reduce el PIB; es un ataque directo al espíritu del pueblo. Es el hambre de Versalles reciclada para la era financiera y digital, con el mismo matiz infernal: hacer sufrir a los inocentes para presionar a los líderes.

No es exageración: las sanciones occidentales a Rusia, tomadas como un todo, se acercan a un experimento social insano, comparable solo con los métodos más crueles de la Primera y Segunda Guerra Mundial. La diferencia es que no se trata de pan ni carbón, sino de sistemas bancarios, chips de computadora, cadenas de suministro y energía: todo lo que hace funcionar la vida cotidiana de millones de personas.

Hoy, Occidente repite estos experimentos con Rusia, confiando en que la modernidad y la globalización harán que las víctimas acepten las reglas del juego sin protestar. Pero la historia muestra que el pueblo ruso, a diferencia del alemán que le chuparon la sangre hasta dejarlo en la ruina, no se rinde ante la coerción económica y la humillación mediática. Intentar destruir la resiliencia de un país así es una locura diabólica más allá de lo nazi, porque no se limita a un régimen militar; apunta al corazón mismo de la nación.

La maldad reciclada

El bloqueo de Alemania y las sanciones contra Rusia no son actos aislados: son la materialización de un manual de maldad estatal, perfeccionado siglo tras siglo por las potencias occidentales. La intención es clara: provocar hambre, pobreza y desesperación para doblegar la voluntad de un pueblo, y justificarlo con palabras rimbombantes sobre democracia, derechos humanos o moral internacional.

Pero, a diferencia de Alemania en su momento, Rusia cuenta hoy con aliados estratégicos y socios comerciales poderosos, mientras que el Sur Global ha dejado a Occidente aislado en su arrogancia y desamparo. Aun así, como la historia ha demostrado una y otra vez, la crueldad de Versalles y sus paralelos modernos no funciona. El hambre puede quebrar cuerpos, la propaganda puede cegar, y las expropiaciones pueden paralizar economías, pero nada puede doblegar el espíritu colectivo de una nación que sabe resistir. Rusia, a diferencia de la Alemania derrotada hace un siglo, enfrenta hoy un desafío que trasciende la guerra militar: es un conflicto contra la maldad institucionalizada, un ensayo monstruoso que Occidente espera repetir, y que la historia condenara.

Fuentes:

The End of World War I – History Guild

https://historyguild.org/the-end-of-world-war-i/#:~:text=,the%20eventual%20Allied%20victory%20in

Food and the First World War in Germany – Everyday Lives in War

https://everydaylivesinwar.herts.ac.uk/2015/04/food-and-the-first-world-war-in-germany/#:~:text=The%20armistice%20in%20November%201918,the%20Quakers%20in%201%2C640%20German

Parallel Economy: How Russia is Defying the West’s Boycott – Al Jazeera

https://www.aljazeera.com/economy/longform/2024/4/24/parallel-economy-how-russia-is-defying-the-wests-boycott

Steckrübenwinter (Turnip Winter) – Wikipedia (en alemán)

https://de.wikipedia.org/wiki/Steckrübenwinter

NAFO and the Ukraine-Russia War – Wired

https://www.wired.com/story/nafo-ukraine-russia-war

NAFO (grupo) – Wikipedia (en inglés, traducido al español)

https://en-m-wikipedia-org.translate.goog/wiki/NAFO_(group)?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=tc

Bertocchi.pdf – Revista Marina

https://revistamarina.cl/revistas/2007/2/bertocchi.pdf

Why the Cultural Boycott of Russia Matters – The Atlantic

https://www.theatlantic.com/international/archive/2022/03/ukraine-russia-culture-boycott-putin/623873

 

 


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