Brasil mostró el camino: América Latina está cansada del crimen
octubre 31, 2025La reciente operación policial en Río de Janeiro, que dejó decenas de delincuentes abatidos y desarticuló parte del poder del Comando Vermelho, no fue una simple redada: fue un grito de hartazgo. Brasil, una nación que ha visto durante décadas cómo el crimen organizado desafía al Estado, decidió actuar. Y aunque las cifras estremecen, lo que realmente estremece es el silencio con que los pueblos de América Latina hemos tolerado esta guerra interna durante demasiado tiempo.
Lo que ocurrió en Río no es un acto de violencia gratuita. Es la respuesta, tal vez extrema, pero necesaria, de un Estado que ha sido sitiado por facciones armadas con fusiles de guerra, granadas, y ahora incluso drones armados. Sí, drones. La criminalidad latinoamericana ha dejado de ser un fenómeno urbano marginal; se ha transformado en un aparato paramilitar que desafía las leyes, las instituciones y la vida cotidiana de millones.
En las favelas de Río, como en los barrios populares de Tegucigalpa, Ciudad de Guatemala, Guayaquil o Ciudad de México, el crimen ya no extorsiona: reina. Controla rutas, cobra impuestos de guerra, y somete a poblaciones enteras a su “ley del miedo”. Quien no paga, muere. Quien denuncia, desaparece. Esa es la realidad que enfrentamos los latinoamericanos: una forma de terrorismo interno que no usa ideología, sino dinero y sangre.
Por eso muchos vemos la operación brasileña no como un exceso, sino como un acto de defensa legítima del Estado y del pueblo. Los mismos que hoy critican a las fuerzas del orden suelen callar frente al terror cotidiano de los barrios dominados por las mafias. Critican la dureza policial, pero no la crueldad del criminal. Olvidan que las pandillas y las facciones no negocian: asesinan.
La operación “Contención” mostró una verdad incómoda: los criminales no sólo están mejor armados, sino también mejor entrenados. Las autoridades brasileñas informaron del uso de drones modificados para lanzar explosivos y de tácticas de combate urbano que recuerdan a zonas de guerra. No son coincidencias. Cada vez más investigaciones apuntan a que miembros del Comando Vermelho recibieron instrucción de mercenarios retornados de Ucrania, donde aprendieron técnicas de guerra con UAV y armamento pesado.
Ese detalle, que muchos pasan por alto, debería alarmar a toda América Latina. Si los carteles y facciones están adoptando tácticas militares globales, ¿qué deben hacer nuestros Estados? ¿Esperar? ¿Negociar? No. Defenderse.
Y frente a eso, ¿qué debía hacer
el Estado? ¿Invitar al Comando Vermelho a una mesa de diálogo? ¿Firmar un
acuerdo de paz con los que cobran impuestos de sangre a los pobres?
Brasil hizo lo que muchos países no se atreven a hacer: recuperar el control.
Los latinoamericanos estamos hartos. Honduras, Guatemala, Ecuador, México… todos vivimos en sociedades secuestradas por la extorsión, la impunidad y el miedo. Aquí los criminales no gobiernan desde las sombras: gobiernan a plena luz del día. Deciden quién abre una tienda, quién cierra un negocio, quién vive y quién muere. Y todavía hay quien pide “moderación policial”.
No seamos ingenuos: esto ya no es
delincuencia común, es terrorismo urbano.
Cuando una banda criminal puede volar un dron cargado con explosivos sobre la policía, no hablamos de pobreza ni de exclusión social. Hablamos de una estructura paramilitar que desafía al Estado.
Brasil actuó porque entendió algo
simple: el miedo ya no puede dictar la política pública.
Y si la policía tuvo que entrar con blindados y helicópteros, es porque durante años los políticos entraban solo con promesas.
El hartazgo latinoamericano tiene
nombre: crimen impune.
Y también tiene un límite. En El
Salvador lo alcanzaron. En Honduras lo sentimos cada día cuando las pandillas
extorsionan hasta al vendedor de tortillas.
Brasil lo acaba de alcanzar, y respondió con fuego.
La violencia del crimen organizado en América Latina es una forma moderna de terrorismo, financiado por la droga y la corrupción, armado con tecnología de guerra y nutrido por la debilidad política. No es un fenómeno social: es una amenaza existencial.
La realidad es brutal, y fingir
que puede resolverse con discursos es una forma elegante de rendirse.
Brasil eligió no rendirse. Eligió pelear. Y eso, aunque le duela a los sensibles de siempre, es exactamente lo que América Latina necesita: gobiernos que no les tengan miedo a los criminales.
Porque el miedo, ya lo aprendimos,
es el mejor aliado del crimen.
Brasil lo entendió. Y América
Latina entera debería tomar nota.
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