El conflicto sino-vietnamita de 1979: la transición hacia un orden tripolar y sus consecuencias globales

octubre 28, 2025




Entender el conflicto sino-vietnamita es, sin duda, un desafío. No por su brevedad ni por su aparente sencillez militar, sino porque tras la ofensiva de 1979, que dio inicio a años de choques fronterizos, se oculta una maniobra geopolítica de gran profundidad. Muchos análisis, especialmente en América Latina, caen en la trampa de ideologizarlo, reduciéndolo a una supuesta “guerra imperialista” o a una traición entre “hermanos socialistas”. Nada más lejos de la realidad. No fue una guerra de conquista ni un enfrentamiento entre opresor y pueblo heroico, sino un movimiento calculado en el tablero global, ejecutado por una China que, bajo Deng Xiaoping, buscaba afirmarse como actor autónomo, no como satélite de Moscú ni peón de Washington.

Deng Xiaoping no ordenó la ofensiva por capricho. Lo hizo con cálculo: probar al Ejército Popular de Liberación, contener la expansión vietnamita respaldada por la URSS y demostrar que China ya no era el hermano menor de Moscú, sino un polo propio en el emergente mundo tripolar. Sin embargo, gran parte del pensamiento latinoamericano, tan dado a moralizar la historia ajena, sigue repitiendo la caricatura: Vietnam, el héroe; China, el traidor. Esa visión impide ver lo que realmente estaba en juego: la redefinición del equilibrio mundial.

El conflicto fue, en última instancia, una afirmación de autonomía. Una guerra que, más allá de sus pérdidas humanas, consolidó la transición de la bipolaridad a la tripolaridad y abrió el camino al actual escenario multipolar. Fue el laboratorio de la doctrina que aún guía a Pekín: actuar con pragmatismo, evitar el cerco, priorizar la modernización y mantener la iniciativa en la región. Comprender la guerra sino-vietnamita es comprender el nacimiento de la China contemporánea y el agotamiento de las lecturas que reducen la geopolítica a consignas.

El 9 de abril de 1974, en la Sexta Sesión Especial de la Asamblea General de la ONU, Deng Xiaoping pronunciaba una profesión de fe que resonaría como un eco amargo cinco años después: si China algún día se convertía en superpotencia y actuara como déspota, los pueblos del mundo tendrían derecho a denunciarla, combatirla y unirse al pueblo chino para derribarla. Apenas un año más tarde, en mayo de 1975, tras la caída de Saigón, Pekín enviaba un mensaje de felicitación al pueblo vietnamita: “China y Vietnam son vecinos íntimos vinculados como labios y dientes; los dos pueblos son compañeros de armas y hermanos que comparten gozos y tribulaciones”. La victoria vietnamita, decían, era también la victoria china. Y sin embargo, la madrugada del 17 de febrero de 1979, veinticinco divisiones chinas, 360 000 hombres, blindados, artillería pesada, apoyo aéreo, cruzaban la frontera en seis provincias vietnamitas a lo largo de 1 400 kilómetros, penetrando hasta 50 kilómetros en territorio enemigo. No era un incidente fronterizo más: era la primera guerra convencional entre dos estados que se autodenominaban socialistas.

Lo que siguió no fue una campaña relámpago triunfal, sino un choque brutal, limitado en tiempo y espacio, pero devastador en sus implicaciones para el orden bipolar de la Guerra Fría. China se retiró el 16 de marzo tras declarar victoria. Vietnam reclamó haber repelido la agresión con milicias locales. Occidente habló de un fracaso táctico chino. Y el mundo, atónito, contempló cómo el bloque socialista, esa utopía de solidaridad proletaria,  se desgarraba en las montañas del norte de Vietnam. Este ensayo no pretende adjudicar una victoria absoluta, sino analizar el conflicto desde la óptica de los bloques de poder, la emergente tripolaridad y la transición hacia la multipolaridad, para entender cómo aquella guerra breve moldeó la trayectoria estratégica de China hasta nuestros días.

El quiebre del bloque socialista y la tripolaridad emergente

Durante la Guerra Fría, el mundo se organizaba en torno a dos superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. China, nominalmente parte del bloque socialista, había roto con Moscú en la década de 1960, generando una dinámica tripolar que Deng Xiaoping explotó con maestría. La alianza sino-vietnamita de las guerras anticoloniales se había erosionado: Pekín financió y armó a Hanoi contra Francia y Estados Unidos, pero la unificación vietnamita en 1975 marcó el inicio de una deriva. Vietnam buscó consolidar su hegemonía en Indochina; en diciembre de 1978 invadió Camboya y derrocó a los Jemeres Rojos, aliados estratégicos de China. Para Pekín, esto confirmaba que Hanoi, respaldado por el Tratado de Amistad y Cooperación con la URSS firmado en noviembre de 1978, actuaba como proxy soviético en el sudeste asiático.

Las tensiones fronterizas se acumularon: más de 1 100 incidentes en 1978, 171 violaciones territoriales chinas denunciadas por Vietnam solo en enero de 1979. El trato a la minoría étnica china (Hoa) , expulsiones, confiscaciones,  añadió un componente emocional. Pero el núcleo era geopolítico: China temía un cerco soviético que incluyera Vietnam, Camboya y Laos. Desde la perspectiva de los bloques, la invasión china fue una acción preventiva para romper la cohesión del bloque socialista y afirmar su autonomía en la tripolaridad. Deng, consolidado en el poder tras la muerte de Mao, necesitaba probar al Ejército Popular de Liberación (EPL) en combate real, contener la expansión vietnamita y enviar un mensaje a Moscú: China no toleraría un “Sistema de Seguridad Colectiva Asiático” que la rodeara. Como dijo a periodistas japoneses: “No necesitamos logros militares. Esto se contempla desde el ángulo de Asia y el Pacífico, desde el plano superior de la estrategia global”.

La guerra como maniobra en el tablero tripolar

La ofensiva comenzó con superioridad abrumadora: nueve ejércitos regulares, más de medio millón de tropas movilizadas, 8 500 incursiones aéreas defensivas. El plan: ataques multidireccionales, captura de capitales provinciales (Lang Son, Cao Bang, Lao Cai), destrucción de infraestructura y retirada antes de una reacción soviética. Vietnam respondió con divisiones regulares del PAVN y la “defensa nacional por todo el pueblo”: milicias locales (hasta 50 000 en Cao Bang), tácticas guerrilleras, terreno montañoso que neutralizó la ventaja numérica china.

El EPL sufrió por su obsolescencia post-Revolución Cultural: doctrina maoísta de masas, logística improvisada, inteligencia deficiente. Tanques Type-59 avanzaban sin coordinación; el 36 % de los suministros se transportó a mano o con mulas. Hanoi, confiado en su experiencia contra EE.UU., mantuvo reservas en el delta del río Rojo. El 5 de marzo, Pekín anunció la retirada; el 16, Deng declaró victoria: “Hemos mejorado nuestra posición estratégica, elevado el prestigio de China, e inspirado al pueblo en las Cuatro Modernizaciones”.

En términos de bloques, la URSS no intervino militarmente, limitándose a apoyo logístico y amenazas verbales. Estados Unidos condenó ambas invasiones (Camboya y Vietnam), pero en julio de 1979 otorgó a China estatus de nación más favorecida y relajó exportaciones tecnológicas. La ASEAN y Occidente respaldaron a los Jemeres Rojos residuales en una coalición anti-vietnamita. La guerra expuso la fragilidad del bloque socialista: Vietnam drenó recursos manteniendo 300 000 tropas en la frontera norte mientras ocupaba Camboya, acelerando su aislamiento económico.

De la tripolaridad a la multipolaridad: lecciones para China

Las bajas ilustran la ambigüedad: China admitió 20 000, cifras internas elevan a 31 000 (casi 8 000 muertos); reclamó 57 000 vietnamitas fuera de combate. Hanoi habló de 42 000 chinos. Ambos inflaron éxitos. Táctico: Vietnam resistió. Estratégico: China logró objetivos. La humillación táctica impulsó la modernización del EPL: se identificaron seis lecciones (inteligencia, armas combinadas, mando, logística, movilización, superación maoísta). Deng ordenó resúmenes de combate a todas las unidades, sentando las bases para la profesionalización que hoy posiciona a China como potencia militar global.

En el marco de bloques, el conflicto aceleró la normalización sino-estadounidense (1979) y el declive soviético. China emergió como polo autónomo, atrayendo inversión occidental y tecnología. La no intervención soviética evidenció los límites del bloque: Moscú priorizó Europa y Afganistán. Vietnam, exhausto, se replegó de Camboya en 1989, abriendo paso a su Doi Moi (renovación) en 1986.

Hoy, en un mundo multipolar, China aplica aquellas lecciones. Su ascenso económico y militar, portaviones, misiles hipersónicos, Belt and Road, refleja la prioridad estratégica sobre la ideología. Las disputas en el Mar del Sur de China con Vietnam (normalizadas desde 1991) se gestionan con pragmatismo: comercio bilateral supera los 200 000 millones de dólares anuales, pero Pekín mantiene presencia militar en arrecifes reclamados. La guerra de 1979 enseñó que la seguridad nacional trasciende bloques ideológicos; en la multipolaridad actual, China equilibra relaciones con Rusia (aliado táctico), Estados Unidos (rival estratégico) y ASEAN (socio económico), evitando cerco y proyectando poder sin guerra total.

El fin de las ilusiones blocarías

La guerra causó conmoción: si dos estados socialistas se enfrentaban, la solidaridad proletaria era una quimera. El socialismo resultó vulnerable al nacionalismo y la geopolítica. China actuó por seguridad, no ideología; Vietnam resistió por soberanía. En la tripolaridad, el conflicto fue una maniobra exitosa para romper el bloque rival y afirmar autonomía.

En última instancia, la guerra sino-vietnamita no se mide en bajas o ciudades, sino en su impacto sistémico: aceleró el fin del bipolarismo rígido, impulsó la modernización china y prefiguró la multipolaridad. Fue breve, sucia, innecesaria en lo humano. Pero estratégicamente necesaria: enseñó a China que, en un mundo de bloques frágiles, el poder real reside en la adaptabilidad, la disuasión y la proyección económica. Hoy, como potencia revisionista, Pekín recuerda 1979 cada vez que despliega fuerzas en el Indo-Pacífico: la historia no perdona a quienes olvidan que los aliados de ayer pueden ser los contendedores de mañana.


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