Creo que todos alguna vez hemos leído o escuchado mencionar ese antiguo mito griego de la Caja de Pandora, donde se narra cómo Zeus le regaló a Pandora; la primera mujer creada, una caja (en realidad, una jarra) con la advertencia de no abrirla. Impulsada por la curiosidad, Pandora cedió y al abrirla liberó todos los males del mundo, como la enfermedad, la locura, la crueldad, el hambre, la guerra, la envidia y la codicia. La única cosa que quedó en el fondo de la jarra, cuando Pandora la cerró de inmediato, fue la esperanza.
Se dice que la esperanza es el único elemento que le ha permitido a la humanidad seguir adelante a pesar de todo… ¿pero y si la esperanza no es una virtud, sino que realmente se trata del peor de los males que quedó atrapado dentro de la caja? Pues este elemento nos ciega, nos vuelve pasivos y evita que confrontemos a los demás males que fueron liberados, porque nos hace creer que vendrá algo o alguien a salvarnos sin nosotros esforzarnos en luchar contra la adversidad.
Cada vez más pensadores interpretan este mito de esa manera, pues la palabra griega elpis puede significar «esperanza» o «expectativa» y esta ambigüedad permite interpretar que lo que quedó en la caja no es una esperanza positiva, sino una expectativa del mal que hace la vida insoportable.
Ahora viendo el mito desde esa perspectiva podemos encontrar un paralelismo entre él y el estado actual de Honduras y el modo de pensar y actuar del hondureño, pues al hondureño la esperanza en vez de traerle algo positivo lo daña, lo ha domesticado y lo ha convertido en una criatura pasiva ante todas las injusticias y problemas que lo aquejan, pues cree firmemente que algún día llegará alguien que lo sacara de ese abismo en el que vive, y claro para que eso ocurra lo único que tiene que hacer es esperar cuatro años para meter un papel en una urna y esperar a que esta vez ese salvador si aparezca.
Para entrar un poco más en profundidad con esta analogía, remontémonos al inicio de la era democrática en Honduras.
En 1982 Honduras inaugura su Constitución moderna y da inicio a la era democrática «formal», después de décadas de gobiernos militares. El país abre una nueva etapa con expectativas de libertad, institucionalidad y progreso. Sin embargo, igual que en el mito, al abrir esa «caja» también emergieron numerosos «males» que antes estaban contenidos o invisibles.
Paralelismos directos
La ilusión de un nuevo comienzo
Pandora recibe la caja como un obsequio aparentemente positivo. Honduras recibió su nueva Constitución y el retorno del orden civil como un regalo político, simbolizando esperanza, estabilidad y modernización. En ambos casos, el inicio está marcado por expectativas elevadas, casi míticas.
La apertura inevitable
Pandora abre la caja porque la situación la empuja a ello. Honduras abre su nueva etapa democrática porque el contexto regional y la presión interna/externa obligaban a modernizar las instituciones. Se abre la «caja democrática», liberando muchos problemas disfrazados de logros. La transición no borró las estructuras anteriores: las debilitó parcialmente, las reacomodó y permitió que males ya existentes o emergentes se multiplicaran.
Los males liberados: efectos no deseados del proceso democrático
Al abrir la caja, salen males que antes estaban ocultos. Tras 1982 emergen fenómenos que, aunque no creados por la democracia, se amplifican por la apertura política:
Corrupción estructural: la alternancia política permitió que redes clientelares, negocios privados dentro del Estado, y prácticas corruptas se expandieran. Se vuelve sistémica en los 80 y 90, continúa en los 2000 y alcanza formas sofisticadas en los 2010.
Militarismo bananero lite: los militares siguen teniendo influencia decisiva, pero no de una manera positiva, solo se dedican a defender los intereses del gobierno de turno, no defienden la soberanía nacional, además se han visto muy involucrados en el narcotráfico y crimen organizado.
Polarización política: del bipartidismo pasamos al tripartidismo La competencia partidista derivó en polarización, manipulación electoral y crisis institucional.
Fragilidad institucional: las instituciones jóvenes carecieron de independencia, y la fragmentación permitió que intereses particulares dominaran las políticas públicas. Las principales empresas estatales han sido privatizadas para beneficiar empresarios y sociedades extranjeras.
Violencia y criminalidad: en los 90 y 2000, la apertura económica y política y la influencia de ONG de derechos humanos dentro del estado coincidió con el auge del narcotráfico, maras y crimen organizado.
La deuda política: la democracia nos sale cara a los hondureños, las elecciones de este 2025 (tanto internas como generales) nos costaron 2000 millones de lempiras cada una, a parte nosotros financiamos las campañas de los partidos políticos pues la deuda política es el financiamiento estatal que se otorga a los partidos políticos para cubrir los gastos de sus campañas electorales y capacitación, según lo estipulado por la ley desde 1982. En estas elecciones los partidos recibirán 277 millones en deuda política, usted que apenas llega a fin de mes recuerde este dato.
Ahora ya habiendo leído estos puntos vayamos a la parte más importante, ¿Por qué la esperanza es el peor de los males que aquejan al hondureño?
La interpretación alternativa del Mito de la Caja de Pandora dice que la esperanza no libera, sino que prolonga el sufrimiento al retrasar la acción decisiva. En el caso de Honduras mantiene a las personas esperando cambios que nunca llegan, las hace soportar injusticias, perpetúa sistemas opresivos y adormece la acción y la lucha. Cada cuatro años, como es costumbre, todos los gobiernos en Honduras fracasan y no cumplen lo prometido, entonces el hondureño ya está acostumbrado a decir “Tal vez el próximo gobierno sí cambie las cosas” como un mantra eterno.
Esto mantiene a la población resignada pues los hondureños votan esperando mejoras, pero las élites políticas mantienen las mismas estructuras. La esperanza, lejos de motivar, se convierte en una forma de resignación prolongada. Es así que la esperanza se vuelve paliativo, no solución.
Legítima ciclos recurrentes de desilusión pues cada elección se vende como “la oportunidad de cambio”, pero los resultados solo reproducen corrupción, impunidad, cooptación institucional, pobreza estructural. La esperanza mantiene este ciclo vicioso: esperanza → decepción → nueva esperanza → nueva decepción.
La esperanza reduce la presión social y la acción colectiva en vez de generar rupturas sistémicas o transformaciones profundas alimenta la idea de que hay que aguantar porque «algo vendrá». Esto debilita la movilización constante y organizada, y permite que los gobernantes operen sin contrapesos reales.
También sirve como herramienta política de control pues los discursos oficiales (sin importar el partido) utilizan la esperanza como instrumento de gobernabilidad, los políticos siempre dicen las mismas frases como: «Este proyecto ahora sí va a traer desarrollo.» «Este cambio sí será el definitivo.» «El sacrificio valdrá la pena.»
Es entonces que la esperanza se convierte en un «opio democrático», manteniendo a la ciudadanía expectante y emocionalmente invertida en un sistema que no cambia.
La diáspora es el símbolo del agotamiento de la esperanza pues cuando la esperanza se agota, las personas ya no luchan: emigran. La migración masiva hondureña desde los años 2000 muestra que para millones, la esperanza institucional es el peor de los males, porque los hizo esperar demasiado, les impidió buscar alternativas antes y los mantuvo anclados a promesas incumplidas.
Conclusión
En Honduras la esperanza ha servido para soportar sin transformar, entonces no es virtud: es el último y más sutil de los males. Bajo esta perspectiva, la «esperanza democrática» no ha sido motor de cambio, sino:
Un regulador emocional.
Una herramienta de estabilidad para las élites. Aquí es importante aclarar que a las élites pertenecen los grandes empresarios, así como los grandes terratenientes, dirigentes políticos, y también los candidatos de los tres grandes partidos, sean estos turcos, judíos, criollos o mestizos; esto quiere decir que tanto la candidata como la familia que controla al partido que señala a las 11 familias, también pertenecen a las élites que tienen hundido a este país.
Un amortiguador del enojo social.
Un freno simbólico a la acción colectiva.
Es decir, la esperanza es el peor de los males porque mantiene vivo lo que debería morir para que algo nuevo nazca. Solo cuando la esperanza deja de ser pasiva y se convierte en acción (es decir, cuando se rompe la ilusión para construir lo real) Honduras podrá superar los males liberados hace más de cuatro décadas.