De Tonkín a Kiev: La Doctrina de la Guerra Permanente
noviembre 10, 2025
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha hecho del planeta su campo de batalla. No hay década sin bombas, no hay continente sin bases, no hay frontera que no pretenda dictar o redibujar. Solo entre 1992 y 2017, el país que se autoproclama “defensor de la libertad” protagonizó 188 intervenciones militares en el extranjero. Ninguna potencia en la historia, ni Roma, ni el Imperio Británico, ha ejercido una violencia tan global, tan sistemática y tan impune.
Pero el verdadero genio estadounidense no está en sus portaaviones, sino en su capacidad para mentir con convicción. En su industria del engaño, donde la prensa, Hollywood y el Pentágono funcionan como engranajes de una misma maquinaria narrativa: la guerra como espectáculo moral. Cada invasión necesita una historia que la justifique; cada crimen, una bandera que lo purifique. Así nació el concepto moderno de las “operaciones de bandera falsa”, donde el agresor fabrica el agravio, el verdugo se disfraza de víctima y el saqueo se vende como “liberación”.
Vietnam: la mentira que se tragó una generación
El ejemplo paradigmático fue el Golfo de Tonkín, agosto de 1964. Washington aseguró que sus destructores habían sido atacados por torpederos norvietnamitas. La prensa lo repitió como un dogma; el Congreso aprobó la guerra sin mirar atrás. Décadas después, la propia Agencia de Seguridad Nacional (NSA) admitió que no hubo ataque alguno. Todo fue un montaje.
El resultado: más de tres millones de muertos, entre civiles y combatientes vietnamitas, y 58 mil soldados estadounidenses devueltos en bolsas negras. Otros cien mil terminaron suicidándose, incapaces de soportar el “síndrome vietnamita”: ese trauma colectivo de haber matado por una mentira. La “defensa de la democracia” había degenerado en una carnicería televisada, y aun así el país siguió fabricando guerras como quien produce series por temporada.
Nayirah y la Guerra del Golfo: lágrimas made in USA
En 1990, en vísperas de la Guerra del Golfo, una adolescente kuwaití llamada Nayirah sollozaba ante el Congreso de los Estados Unidos contando cómo soldados iraquíes sacaban a bebés de incubadoras y los dejaban morir en el suelo. El país entero se estremeció. Los senadores votaron la guerra con la conciencia tranquila: iban a “salvar inocentes”.
Solo después se descubrió que Nayirah era la hija del embajador de Kuwait en Washington, y que todo su testimonio había sido un guion pagado por la agencia de relaciones públicas Hill & Knowlton. Las lágrimas eran reales, pero el horror era ficticio. Así se construyó la “verdad emocional” que justificó la invasión y la muerte de decenas de miles de civiles iraquíes. Estados Unidos no libra guerras, produce narrativas. Y en esa industria, la verdad es un detalle prescindible.
Powell, el tubo y la guerra de Irak: Hollywood en la ONU
Años más tarde, el 5 de febrero de 2003, el mundo fue testigo de otro capítulo grotesco: Colin Powell agitando un tubo de ensayo ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Decía contener “una muestra del peligro que representa Irak”. El teatro era perfecto: el exgeneral negro, disciplinado, con tono grave y moralista, ofreciendo la “prueba” de que Saddam Hussein escondía armas de destrucción masiva.
Nada de eso existía. Lo sabían Bush, Cheney, Rumsfeld y todos los que ordenaron el ataque. Pero el guion debía continuar. Irak fue destruido, sus instituciones reducidas a polvo, su población condenada a un caos permanente. En 2020, incluso Trump , sin pudor alguno, reconoció que todo fue una gran mentira, una estafa que costó millones de vidas. La “guerra preventiva” se había convertido en el deporte nacional de Estados Unidos, con el petróleo como trofeo y la reconstrucción como negocio.
Irán: el enemigo necesario
Cuando ya no quedaban dictadores que inventar, el turno fue de Irán, ese país que se niega a someterse. En 2018, Trump abandonó el acuerdo nuclear (JCPOA) y volvió a imponer sanciones brutales, declarando que Teherán “mentía sobre su programa nuclear”. Irónico, viniendo del único país que ha usado bombas atómicas contra civiles y que protege al único Estado nuclear no declarado del Medio Oriente: Israel.
Mientras Washington sermonea al mundo sobre “proliferación nuclear”, Tel Aviv acumula entre 75 y 400 ojivas atómicas, fuera de todo control internacional. Pero nadie se atreve a señalarlo. Trump, Pompeo y Bolton apostaron por el sabotaje y el asesinato selectivo, incluyendo el del general Soleimani. La respuesta iraní , ataques precisos contra bases estadounidenses, fue una lección amarga: no todos los pueblos pueden ser tratados como colonias.
Rusia y Ucrania: el regreso del enemigo útil
En su obsesión por mantener la guerra como eje de su economía, Estados Unidos necesita enemigos permanentes. Cuando el terrorismo se agotó como excusa, resucitó el fantasma de Moscú. Desde 2014, los medios occidentales han fabricado una narrativa infantil: Rusia quiere “invadir Ucrania” porque sí, porque es malvada, porque así lo dice CNN.
Cualquier intento de diálogo es saboteado. Cualquier hecho que contradiga la versión oficial, silenciado. El portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, incluso llegó a afirmar que Rusia planeaba filmar un ataque falso para justificar su ofensiva, sin ofrecer una sola prueba. Cuando un periodista lo cuestionó, respondió con una frase que resume toda la diplomacia estadounidense: “Confíe en nuestra inteligencia”. La misma “inteligencia” que mintió sobre Vietnam, Irak, Libia y Siria.
Mientras tanto, Washington inunda Ucrania de armas, asesores y contratistas privados. No busca la paz, busca una guerra rentable y ajena. Ucrania es el campo de pruebas perfecto para el complejo militar-industrial, el único sector que nunca conoce crisis en el capitalismo norteamericano.
Ø El patrón imperial: mentir, bombardear, olvidar
Ø El guion se repite con precisión quirúrgica:
Ø → Se inventa una amenaza.
→ Se vende al público con ayuda
de los medios.
→ Se bombardea al país señalado.
→ Se “reconstruye” con empresas
estadounidenses.
→ Se olvida.
Estados Unidos no exporta democracia, exporta caos bajo licencia patriótica. Lo hace con el fervor mesiánico de quien se cree elegido por la historia. Pero bajo la retórica de la libertad, lo que opera es un sistema de dominación global, sostenido por la mentira, el miedo y la propaganda.
El resultado es un planeta
exhausto, vigilado y dividido.
Y una potencia que, para seguir sintiéndose indispensable, necesita inventar enemigos incluso donde no los hay.
Porque el día que Estados Unidos
deje de tener guerras que vender, tendrá que enfrentarse a su peor enemigo: la
verdad.
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