La OTAN como proyecto de dominación: una genealogía crítica del poder atlántico
noviembre 25, 2025
Hay que hacer un esfuerzo monumental,
o una pirueta de cinismo, para seguir repitiendo que la OTAN es un “tratado de
defensa”. Solo quien decide no ver, o quien se beneficia de la ceguera, puede
ignorar que la alianza nació antes del Pacto de Varsovia y no como reacción a
una amenaza soviética inminente, sino para fijar la geografía del miedo y
petrificar a Europa en una división que justificara la presencia militar
estadounidense. La Guerra Fría terminó, pero la OTAN no: lejos de disolverse,
se expandió como todo aparato cuya función real no es la seguridad, sino la administración
del conflicto.
Desde entonces, cada
intervención, cada ampliación, cada crisis “gestionada” ha reproducido un
patrón demasiado evidente para pasar por accidente: donde la OTAN dice traer
estabilidad, deja ruinas; donde promete protección, instala dependencias; donde
declara defender la paz, prepara el terreno para nuevas guerras. Su continuidad
no responde a un mundo más peligroso, sino a la necesidad de preservar una
arquitectura de poder en la que Europa actúa como cliente obediente y Estados
Unidos como acreedor armado.
Por eso hablar de la OTAN como garante de seguridad es una ficción que ha sobrevivido únicamente porque conviene: es el brazo militar del orden financiero global, el instrumento con el que Washington disciplina aliados, redefine enemigos y convierte la geopolítica en un mercado donde la guerra es inversión y la destrucción, oportunidad. No es un escudo: es un dispositivo de control cuya existencia depende de que el mundo nunca deje de arder.
Fundación: el mito de la
defensa y la geografía del miedo
El 4 de abril de 1949, doce
estados firmaron en Washington el Tratado del Atlántico Norte. El artículo 5 ,
la promesa de defensa colectiva, se
convirtió en el mantra que justificaría setenta años de expansionismo. Pero el
texto fundacional ya ocultaba una paradoja: se presentaba como escudo defensivo
mientras su arquitectura respondía a una lógica ofensiva de contención
geopolítica.
La génesis real de la OTAN no fue
la respuesta a una invasión soviética inminente, que nunca existió, , sino la
necesidad de estabilizar un orden europeo tras la guerra que garantizara los
intereses estadounidenses. La Unión Soviética, exhausta tras la Segunda Guerra
Mundial, había desmantelado el 60 % de su capacidad militar entre 1945 y 1948.
El Plan Marshall, por su parte, exigía a los receptores europeos la apertura de
mercados y la exclusión de partidos comunistas de los gobiernos. La OTAN fue,
en este sentido, el brazo armado de una condicionalidad económica: la seguridad
como forma de disciplina política.
La negativa a la propuesta de
Stalin de 1952, una Alemania reunificada, neutral y desmilitarizada, revela que
la alianza ya había apostado por la división permanente del continente. La
incorporación de la República Federal Alemana en 1955 no fue una mera
ampliación: fue la consolidación de un Estado satélite cuya función era ser la
primera línea de un conflicto que se anticipaba nuclear. El Pacto de Varsovia,
creado ese mismo año, no fue la causa sino la consecuencia de una escalada que
la OTAN había iniciado.
La continuidad del nazismo: continuidad
institucional y legitimación epistémica
La reintegración de los cuadros
militares nazis en la estructura de la OTAN no fue un accidente ni una
excepción moral: fue una lógica de expertise. Adolf Heusinger, jefe de
operaciones del OKH (Alto Mando del Ejército) durante la planificación de la
invasión de la URSS, pasó a ser jefe del Estado Mayor de la Bundeswehr y luego
presidente del Comité Militar de la OTAN (1961-1964). Su ascenso no fue un caso
aislado de laxitud moral: fue la expresión de una continuidad estratégica. El
conocimiento militar nazi, sobre todo en operaciones de contrainsurgencia y
guerra antisoviética, era un capital que la OTAN necesitaba.
Johannes Steinhof, Hans Speidel,
Ernst Ferber, Karl Schnell: todos ellos condecorados por el Tercer Reich, todos
ellos condecorados por la alianza atlántica. La Cruz de Hierro nazi se
convirtió en un curriculum vitae para la carrera militar en la OTAN. Esta
continuidad no solo fue institucional: fue epistémica. Los manuales de
contra-guerrilla de la OTAN en los años 50 y 60 reproducían tácticas
desarrolladas por las SS en Yugoslavia y en el Frente Oriental: la
Bandenbekämpfung (lucha contra bandas) se tradujo literalmente en las doctrinas
de counter-insurgency que luego se aplicarían en Vietnam, Afganistán e Irak.
Operación Gladio: el Estado
paralelo de la Guerra Fría
La creación de las Stay Behind ,
redes paramilitares secretas en todos los países miembros, formalizó lo que ya era una práctica: el uso
de la violencia fascista como instrumento de seguridad interna. Gladio no fue una
red de resistencia ante una invasión soviética: fue un mecanismo de
desestabilización preventiva contra la izquierda electoral.
En Italia, la Gladio, bajo
supervisión directa de la CIA y la OTAN, financió a grupos como Ordine Nuovo y
Avanguardia Nazionale. Los atentados de Piazza Fontana (1969), Peteano (1972) y
Bolonia (1980) fueron operaciones de tensión estratégica: crear un clima de
caos que justificara la represión legal de los partidos comunistas. La
declaración de Vincenzo Vinciguerra , condenado por el atentado de
Peteano, ante el juez Casson en 1984
reveló que el objetivo era forzar a la población a reclamar un orden fuerte.
La desclasificación de documentos
de la CIA en 2006 confirmó que la red incluía a exmiembros de las SS como
Heinrich Hofmann y Hans Rues. La OTAN, por su parte, nunca ha abierto sus
archivos. El secretario general Manfred Wörner admitió en 1990 la coordinación
de Gladio, pero no su responsabilidad operativa. La distinción es jurídicamente
irreprochable y políticamente cómplice.
La hegemonía estadounidense: el 70 % y el
derecho de veto financiero
La estructura de financiación de
la OTAN revela un desequilibrio que invalida la retórica del consenso. Estados
Unidos aporta el 69,3 % del presupuesto militar de la alianza. Esto no solo
determina la tecnología empleada, los sistemas de mando y control son todos estadounidenses,
sino también la agenda política. El compromiso de Gales (2014) , que exige un 2
% del PIB en defensa, fue impuesto por
Washington para compensar su propia sobre-representación.
El derecho de veto no existe en
el Consejo del Atlántico Norte, pero el derecho de pago sí. El riesgo de
abstenerse cuando se es el principal contribuyente es económico y estratégico.
Todos los comandantes supremos aliados (SACEUR) han sido estadounidenses.
Todos. Esto convierte a la OTAN en una alianza militar unipolar con banderas
decorativas.
Post-Guerra Fría: la búsqueda de enemigos y la
expansión permanente
La disolución del Pacto de
Varsovia en 1991 dejó a la OTAN sin justificación existencial. La respuesta fue
expandirse hacia el este, violando las garantías verbales dadas a Gorbachov en 1990,
y buscar conflictos periféricos. La intervención en Yugoslavia (1995-1999) fue
el laboratorio de esta nueva fase: bombardeos humanitarios sin mandato de la
ONU, uranio empobrecido como regalo civilizatorio, y bases militares
permanentes cerca de los oleoductos del Caspio.
El bombardeo de Yugoslavia (78
días en 1999) fue la primera guerra de la OTAN sin resolución del Consejo de
Seguridad. La excusa, la masacre de Racak, fue investigada posteriormente por
los forenses finlandeses del Tribunal de La Haya, que no encontraron evidencia
de ejecución sistemática. Pero para entonces, Camp Bondsteel ya era una
realidad: la mayor base militar estadounidense en Europa, construida sobre
territorio serbio sin tratado de estatuto de fuerzas (SOFA).
Afganistán e Irak: la privatización de la
derrota
La invasión de Afganistán (2001)
, sin prueba alguna de vinculación entre los talibanes y el 11-S, fue asumida por la OTAN en 2003 con la ISAF.
El resultado tras 20 años: 10.000 civiles muertos (cifra oficial), 90.000 según
Wikileaks, y el regreso de los talibanes al poder. El nation building se
tradujo en la restauración del cultivo de opio, pasó del 12 % del PIB en 2001
al 63 % en 2018, y en la consolidación de una élite corrupta que huyó con
helicópteros llenos de dólares.
Irak (2003) fue la guerra ilegal
que dividió a la alianza. Francia, Alemania y Bélgica se opusieron. Pero un año
después, la OTAN asumió la formación de las fuerzas de seguridad iraquíes,
legitimando a posteriori una invasión basada en evidencias falsificadas. El
resultado: un Estado fallido, 600.000 muertos según The Lancet, y el ascenso
del ISIS.
Libia: la responsabilidad de
proteger como máscara del saqueo
La intervención en Libia (2011)
bajo la Resolución 1973 de la ONU, zonas de exclusión aérea, se convirtió en
9.700 bombardeos selectivos y el asesinato de Gaddafi. La OTAN no tuvo tropas
en tierra, formalmente, pero sus fuerzas especiales coordinaron a los rebeldes.
El resultado: un país dividido en tres, mercados de esclavos en las afueras de
Trípoli, y el control francés sobre el uranio nigerino que abastece a las
centrales francesas.
Ucrania: la expansión que no debía
nombrarse
La promesa de no expandirse ni
una pulgada hacia el este, documentada por los archivos de la reunión
Baker-Gorbachov de 1990, fue violada en cinco oleadas (1999, 2004, 2009, 2017,
2020). La adhesión de Finlandia (2023) convierte el Mar Báltico en un lago
OTAN.
La guerra en Ucrania no es
causada por la OTAN, pero es facilitada por su política de puerta abierta. El
Memorandum de Budapest (1994) , que garantizaba la integridad territorial
ucraniana a cambio de renunciar al arsenal nuclear, fue violado por la anexión rusa de Crimea
(2014) y por el apoyo no formal de la OTAN a la incorporación de Ucrania. El
resultado: un conflicto proxy que ha generado récord de ventas de armas estadounidenses,
$40.000 millones en 2022, y la energización de la alianza que, en 2019, fue
declarada obsoleta por el propio Trump.
La paz como
horizonte crítico
La OTAN no es el mal: es el administrador elegante del desorden que ella misma provoca, una corporación geopolítica que vende “seguridad” del mismo modo que una farmacéutica vende tratamientos para enfermedades que nunca piensa curar. Su historia es una cadena de intervenciones maquilladas, amenazas convertidas en dogma y una expansión que solo se detiene cuando ya no queda nada que devorar. Llamarlo “alianza defensiva” es un insulto incluso para la mentira.
Pretender desmantelarla sería un
acto de inocencia suicida, pero arrancarle la máscara es, por lo menos, un
deber de higiene intelectual. Porque lo que hay detrás no es un faro
democrático, sino una gerencia militar del capitalismo financiero, un mecanismo
que convierte países enteros en peones descartables y que exige lealtad a
cambio de sumisión. Europa no es un aliado: es un cliente cautivo. Y Washington
no protege: administra, condiciona y castiga.
Hablar de paz bajo este esquema
es casi obsceno. La OTAN necesita enemigos como un adicto su dosis: sin ellos,
se derrumba, pierde presupuesto, pierde narrativa, pierde sentido. Por eso su
idea de “estabilidad” es siempre la misma: militarizar el problema para vender
la solución.
Mientras esta estructura siga
confundiendo seguridad con obediencia y orden con ocupación, la paz no será un
horizonte: será un chiste cruel contado por quienes jamás arriesgan nada.
Y seguir llamando a todo esto
“defensa” no es geopolítica: es complicidad disfrazada de seriedad.
Fuente:
Turbiville, G. (2006). Operation
Gladio: The CIA and the Strategy of Tension in Italy.
Ganser, D. (2005). NATO’s Secret
Armies: Operation Gladio and Terrorism in Western Europe.
Chomsky, N. (1999). The New
Military Humanism: Lessons from Kosovo.
Mearsheimer, J. (2014). Why the
Ukraine Crisis Is the West’s Fault. Foreign Affairs.
SIPRI Yearbook (2023). Military
Expenditure and Arms Transfers.
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