Siria entregada a la usura: la siniestra complicidad de la derecha anglosajona con el wahabismo
noviembre 13, 2025
Hay que tener una estupidez
monumental, una estupidez que solo América Latina parece cultivar con tanto
esmero, para pasarse más de veinte años tragando la propaganda anglosajona y
terminar celebrando exactamente lo mismo que se decía odiar. Dos décadas de
miedo al islam, de repetir como loros el discurso del “terrorismo musulmán”,
para ahora ver a Estados Unidos abrazando con ternura al mismo wahabismo que
juraban combatir.
Y ahí están las derechas
latinoamericanas, sonrientes, babeando de admiración ante el imperio, incapaces
de entender que el monstruo al que aplauden es el mismo que financió a los
verdugos de cristianos y de su propia disque civilización. El Fondo Monetario,
siempre listo para bendecir al nuevo “presidente” de Siria, un viejo comandante
de la yihad, con los préstamos y palmadas que antes negaban a los pueblos
hambrientos.
Qué ironía más grotesca: la
región que presume de “defender los valores occidentales” se arrodilla ante la
putrefacción más rancia del wahabismo, mientras sus comentaristas de derecha
siguen repitiendo como idiotas los mantras liberales del mundo anglo. Todo su
discurso moral se les deshace en la boca: se indignan con un musulmán
progresista (financiado por el otro grupo de anglos globalistas del ala
demócrata y aplaudido por la judería local) en Nueva York, pero aplauden al
corta cabezas convertidos en estadista por decreto del Anglo-Sionismo liberal
En definitiva, la derecha
latinoamericana no piensa, no siente, no razona. Es una papagaya colonial que
balbucea en inglés lo que no entiende en español.
Siria ha caído, no ante la fuerza
de las bombas ni ante los ejércitos mercenarios, sino ante las garras
invisibles del capitalismo financiero. Lo que la guerra no pudo arrancar en una
década de destrucción, lo ha consumado el abrazo del Fondo Monetario Internacional,
el brazo tecnocrático del capital global. Y en el centro de esta tragedia, el
rostro más irónico posible: el comandante de Al-Qaeda, metamorfoseado en
presidente, estrechando manos en Washington con la élite de las finanzas
usureras, aceptando la “ayuda” que históricamente ha significado despojo,
dependencia y miseria. Ahmed al-Sharaa, antes conocido como Abu Mohammad
al-Julani, símbolo de la yihad armada, se sienta ahora entre los contadores del
imperio, hablando de “reformas estructurales” y “apertura de mercados”. Es el
retrato perfecto del siglo XXI: la insurgencia convertida en socio del FMI, el
fanático religioso reciclado como tecnócrata del ajuste.
La escena es casi grotesca.
Siria, el país que resistió durante décadas el asedio de la globalización
neoliberal, termina entrando por la puerta trasera al sistema financiero
mundial bajo el pretexto de la “reconstrucción post-conflicto”. Detrás de esa palabra,
reconstrucción, se esconde la venta de la patria. Significa privatización
masiva de los recursos naturales, entrega del petróleo, de las fábricas, del
agua, de la tierra. Significa despidos, austeridad, el desmantelamiento del
último resto del Estado social que alguna vez fue el orgullo del mundo árabe. Y
lo más obsceno es ver a la derecha anglosajona celebrarlo. Medios
conservadores, políticos republicanos y economistas neoliberales presentan la
capitulación siria como una victoria de la “libertad económica”. Trump, que
apenas meses atrás declaraba su desprecio por Oriente Medio, ahora aplaude el
nuevo gobierno y habla de “restaurar relaciones”, siempre y cuando Siria firme
los Acuerdos de Abraham y reconozca al Estado de Israel. He aquí el nuevo pacto
faustiano: paz a cambio de deuda, reconocimiento a cambio de sometimiento.
Pero lo que vuelve esta alianza
aún más repulsiva es el papel del wahabismo, esa ideología teocrática nacida
del desierto saudí y financiada por los petrodólares que Occidente ha mimado
por décadas. El wahabismo fue el instrumento espiritual de la destrucción de
Siria, la energía religiosa que alimentó la guerra, que reclutó a miles de
combatientes para desangrar al país bajo la bandera de la yihad. Hoy, esos
mismos capitales del Golfo, Arabia Saudita y Qatar, aparecen como los
salvadores financieros que “pagan la deuda siria con el Banco Mundial” y
financian los nuevos proyectos de reconstrucción. La serpiente se muerde la
cola. Quienes financiaron la ruina ahora financian la restauración, pero no
para devolver la soberanía, sino para instaurar un orden económico dócil,
vigilado y endeudado. El wahabismo y la derecha liberal-financiera son, en el
fondo, dos caras de la misma moneda: ambos instrumentalizan la religión o la
libertad de mercado para dominar, ambos reducen la vida humana a obediencia, ya
sea al emir o al banquero.
Es una alianza satánica, porque
destruye tanto el cuerpo como el alma. El cuerpo del pueblo sirio, mutilado por
la guerra, será nuevamente torturado por la austeridad del FMI; el alma, que
buscaba redención en una lucha por la dignidad, será corrompida por el
espejismo de la “modernización” económica. Esta fusión entre el islamismo
reaccionario y el liberalismo financiero es el matrimonio más perverso de
nuestra época. Los unos aportan la obediencia fanática, los otros la maquinaria
técnica del saqueo. El resultado: un país despojado, un pueblo sometido y un
régimen que ya no gobierna con la Biblia ni con el Corán, sino con la Usura. La
“yihad” se disuelve en “ajuste fiscal”. El mártir se convierte en empleado del
Banco Mundial.
Lo más trágico es que muchos
musulmanes, de buena fe, de corazón sincero, creyeron luchar contra un tirano,
aplauden esta conversión como si fuera un triunfo. Creen que han vencido a
Assad, cuando en realidad han abierto las puertas al mismo demonio que destruyó
a medio mundo árabe: el liberalismo financiero, ese virus que convierte cada
nación del Sur Global en una granja de deuda, en una colonia económica
disfrazada de república soberana. quien Aplaude al FMI en nombre de la justicia
islámica debe tener un serio trastorno como esos latinos que mezclan ideologías
libertarias anglosajonas con catolicismo, ignoran que la usura que el Corán
condena es precisamente el mecanismo que ahora domina su destino. Han vendido
su yihad al prestamista, han entregado la Umma al interés compuesto.
La derecha anglosajona observa
todo esto con una sonrisa satisfecha. Ellos, que hace veinte años lanzaron
bombas sobre Irak para “liberarlo”, hoy lanzan préstamos sobre Siria con el
mismo propósito. La violencia ha cambiado de forma, pero no de esencia. Antes
eran misiles; ahora son memorandos. Antes los ejércitos de la OTAN; ahora las
misiones del FMI. La dominación financiera es más eficiente que la ocupación
militar: no necesita soldados, sólo tecnócratas. No dispara balas, sólo
intereses. Y su poder es absoluto, porque el que manda no es quien gobierna,
sino quien presta.
Así, Siria se ha convertido en un
laboratorio más del colonialismo financiero contemporáneo. La llamada
“reconstrucción” no es sino la reescritura del país bajo la gramática del
capital. Se abren las puertas al mercado, se cierran las bocas del pueblo. Se
importan consultores, se exportan recursos. La pobreza se perpetúa en nombre de
la eficiencia. Y todo esto con la bendición de los antiguos enemigos, el
wahabismo religioso y la derecha conservadora anglosajona, unidos en un mismo
altar. En esa unión no hay fe ni patria: sólo codicia y poder.
El destino de Siria hoy es un espejo para el mundo. Lo que vemos allí es la forma final del imperialismo: ya no necesita banderas, sólo firmas. Ya no conquista territorios, sino presupuestos. Ya no impone gobiernos, sino reformas estructurales. Y la derecha global, esa que se disfraza de “defensora de la civilización” o de “guardianes de la fe”, no hace más que servir al mismo dios de siempre: el dinero. Lo adoraban en Wall Street y lo adoran en La Meca; lo veneran con corbata o con turbante. No hay diferencia esencial entre el banquero que presta y el predicador que justifica la deuda. Ambos participan del mismo sacrilegio: transformar la vida en mercancía.
Por eso, lo que ocurre hoy en
Siria no es una simple noticia económica. Es una advertencia histórica. Es la
señal de que las revoluciones del siglo XXI no se ganarán en las calles ni en
los frentes, sino en los balances. Que la independencia no se mide por
fronteras, sino por quién controla la deuda. Y que las nuevas colonias no
llevan uniforme, sino traje y corbata. Siria ha sido vendida, y quienes
celebran su venta lo hacen creyendo que la compran de vuelta. No hay ironía más
cruel.
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