De Honduras a Colombia y Brasil: la ofensiva sionista entre los influencers latinoamericanos
noviembre 11, 2025
Hay guerras que se libran con bombas, y otras que se libran con filtros de Instagram. Israel, veterano en ambas disciplinas, ha entendido mejor que nadie que en la era del TikTok y del “contenido de valor” ya no se necesita un grupo de modelos de Europa del este en traje militar ajustado bailando en un tanque para conquistar corazones, basta con un story bien iluminado. Así, mientras los misiles caen sobre Gaza, las embajadas israelíes en América Latina despliegan su propio ejército de ocupación estética: influencers, periodistas y creadores de contenido con vuelos pagados, hoteles de lujo y sonrisas cuidadosamente encuadradas entre el Muro de los Lamentos y el mar de Tel Aviv.
La operación es quirúrgica: reemplazar la imagen de la ocupación por la de un brunch mediterráneo. No se trata de convencer con argumentos políticos, sino de anestesiar con lifestyle. Y en eso, Israel ha demostrado ser un estratega de primer nivel.
Durante 2024 y 2025, desde Bogotá hasta Montevideo, desfilaron delegaciones de influencers latinoamericanos que parecían más parte de una agencia de turismo que de un dispositivo de propaganda. En Colombia, por ejemplo, el viaje de figuras como Kika Nieto, Johanna Fadul o Nicolás de Zubiría fue presentado como un “encuentro cultural”. Lo que no se mencionó en los reels y publicaciones fue que el patrocinador del tour era nada menos que la Embajada de Israel. En las redes, los creadores compartieron fotos de mercados, playas, startups y platos típicos, pero ninguna mención, ni una, al bloqueo, a los asentamientos, ni a los niños palestinos muertos. El algoritmo, por supuesto, agradece: no hay nada que arruine más la interacción que una masacre.
Honduras no se quedó atrás. En 2025, la Embajada israelí organizó un viaje de prensa para periodistas locales, incluidos rostros conocidos del canal HCH y miembros del Colegio de Periodistas. Oficialmente, fue un “intercambio cultural”. En la práctica, un lavado de imagen con cobertura mediática gratuita. Los reportajes resultantes hablaron de agricultura, innovación y cooperación tecnológica. Gaza, la Franja, los bombardeos… desaparecieron como por arte de magia del discurso periodístico. Es lo que algunos analistas llaman “propaganda con aroma a progreso”.
Brasil, siempre dispuesto a posar para la cámara, también aportó su cuota de glamour geopolítico. En junio de 2025, tres influencers, Beto Martinne, Murilo Lorran e Iza Potter, viajaron invitados por el Consulado israelí para participar en la Marcha del Orgullo LGBT+ de Tel Aviv. El viaje, financiado por el gobierno israelí, buscaba proyectar la imagen de una nación moderna, tolerante y vibrante. Una postal de arcoíris sobre un fondo de ruinas: pinkwashing en su máxima expresión. Porque si hay algo más eficaz que un misil teledirigido, es una selfie con bandera de colores y pie de foto que diga “Love wins”.
Hasta Uruguay, siempre discreto, entró en el juego. Un grupo de periodistas de medios nacionales fue invitado por la embajada israelí a un recorrido cultural “de conocimiento y entendimiento”. Itinerario de lujo, cobertura pagada, cero menciones incómodas. El mensaje era claro: en Israel hay innovación, modernidad y espiritualidad; los muertos, la ocupación y las bombas simplemente no hacen parte del paquete turístico.
Todo esto, por supuesto, no es casualidad. El propio Ministerio de Relaciones Exteriores israelí ha admitido que en 2025 espera recibir más de 400 delegaciones de creadores de contenido, periodistas y líderes de opinión. Una maquinaria global de soft power que convierte la propaganda estatal en contenido viral. Ya no se trata de convencer a gobiernos, sino de conquistar los feeds.
Y funciona. Porque los influencers no se perciben como voceros del poder, sino como “gente común”. Y si la chica que te enseña a hacer smoothies o el tipo que baila en TikTok dice que Tel Aviv es “hermoso y lleno de energía positiva”, el mensaje cala más que cualquier comunicado diplomático. La propaganda del siglo XXI no necesita censurar: basta con distraer.
El problema, claro, es ético. ¿Qué responsabilidad tienen estos creadores cuando aceptan viajes financiados por un Estado en guerra? ¿Son conscientes de que su silencio es una forma de complicidad? ¿O simplemente prefieren no mirar, mientras los dólares y los likes se acumulan?
Lo más inquietante no es que los gobiernos hagan propaganda, eso es tan viejo como la diplomacia misma, sino que ahora lo hagan disfrazados de autenticidad. Israel no habla desde un podio: habla desde un vlog, desde un plato de hummus, desde una historia de amor multicultural en el Muro de los Lamentos. Es la ocupación 2.0: no sobre territorios, sino sobre percepciones.
América Latina, con su vulnerabilidad mediática y su fascinación por las narrativas aspiracionales, se ha vuelto terreno fértil para este tipo de manipulación blanda. Y mientras los algoritmos deciden qué es visible y qué no, la guerra por las conciencias se libra con filtros y música de fondo.
Frente a eso, la responsabilidad de las audiencias es inmensa. No basta con indignarse; hay que aprender a leer entre líneas, a desconfiar del brillo, a reconocer cuándo un “viaje cultural” es en realidad un operativo de propaganda. Porque en esta guerra de relatos, los likes son balas, y cada story tiene un costo que no siempre se mide en dinero.
La guerra por la narrativa no
necesita sangre visible. Solo necesita que miremos a otro lado mientras alguien
sonríe frente a una cámara y dice: “Qué lindo es Israel”.
Fuentes:
“El polémico viaje de influencers
colombianos a Israel que desató miles de críticas: ¿turismo o estrategia de
‘blanqueo’?”, El Colombiano
“Ellos fueron los influencers que
fueron al polémico viaje a Israel; Kika Nieto en la lista”, LOS40 Colombia
“In São Paulo, Israel promotes
tourism in Palestine while hiding its occupation of that land”, Brasil de Fato
“B’nai B’rith World Center
Concludes Visit of 11 Latin American Journalists”, B’nai B’rith International
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