Una clase empresarial mediocre: Honduras, un país atado al abismo
noviembre 17, 2025
Honduras es, sin duda, el caso más fascinante, y trágico, de pobreza en América Latina. No es exageración, ni es la típica competencia absurda de “mi país es más pobre que el tuyo”. No. Lo de Honduras es el extremo más oscuro de la región. América Latina está llena de contrastes y desigualdades, pero si hablamos del peor extremo en pobreza, mediocridad, desigualdad y fracaso en cualquier función económica imaginable, el premio sin discusión es para Honduras.
Esto no es un argumento de orgullo nacional ni una queja exagerada: es un caso de estudio, un ejemplo terrible de cómo la estructura de un país puede perpetuar la miseria. Y lo más sorprendente es que ese desastre es casi invisible para quienes lo viven. Honduras tiene una forma tan nebulosa de existir que uno no se da cuenta del espejo que tiene frente a sí, hasta que lo analiza con cuidado. Y cuando lo haces, es imposible no pensar: “Si esto pasara en otro lugar, harías todo lo posible para cambiarlo”.
Entonces, ¿qué ha llevado a Honduras a este extremo? Uno de los factores más determinantes es la clase empresarial. La clase empresarial de Honduras es, fácilmente, la peor de América Latina. Pueden mirar lo que hicieron los empresarios en México, Brasil, Argentina, Perú, Bolivia. Analícenlo. Luego comparen con Honduras. En otros países hubo grados mayores o menores de iniciativa, innovación, riesgo y producción. Aquí, en Honduras, hubo prácticamente nada.
Yo lo he pensado muchas veces, y mientras más observo la realidad hondureña, más claro lo veo: gran parte del atraso económico del país no se explica solo por la corrupción política, la violencia o la falta de infraestructura. El otro problema que también es profundo, que casi nadie se atreve a señalar de frente, es la mediocridad de la clase empresarial que domina la economía hondureña. Una élite que se acostumbró a vivir de rentas, no de producción; de privilegios, no de innovación; de relaciones políticas, no de competencia. Y ese modelo de país, diseñado para su comodidad, ha condenado a Honduras a una trampa de subdesarrollo perpetuo.
Una economía construida
alrededor de servicios frágiles y de baja productividad
Cuando yo comparo a Honduras con países que lograron despegar, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, incluso El Salvador hoy, noto algo evidente: sus élites empresariales estuvieron dispuestas a invertir en sectores productivos, tecnología, manufactura y cadenas de valor. Aquí, en cambio, la mayor parte del capital privado se concentra en:
- Ø Bancos y servicios financieros
- Ø Telecomunicaciones
- Ø Intermediación comercial
- Ø Energía como concesión privada
- Ø Construcción y bienes raíces
- Ø Agroexportación tradicional (sin valor agregado)
- Ø Servicios básicos con protección estatal
Es decir: sectores fáciles, protegidos, de riesgo mínimo y con ganancias aseguradas. Muy poca industria, casi nula manufactura tecnológica, escasa inversión en innovación, inexistentes centros de desarrollo y un desprecio total por la investigación científica. Honduras sigue dependiendo de productos primarios, café, banano, palma africana, camarón, que se venden sin procesamiento significativo.
¿Cómo competir así en un mundo moderno?
La falta de innovación como
elección, no como destino
Hay algo que siempre me llama la atención: Honduras aparece consistentemente entre los países con menor inversión privada en innovación. Eso no es casualidad. Es resultado de una élite que se acostumbró al beneficio fácil gracias a:
- Ø Exoneraciones fiscales permanentes
- Ø Monopolios o mercados altamente concentrados
- Ø Concesiones estatales
- Ø Banca con intereses elevados y poco riesgo
- Ø Falta de competencia real
Si yo soy empresario y gano millones importando productos, construyendo centros comerciales o manejando una concesión energética, ¿para qué voy a invertir en investigación, automatización o industria? La mediocridad ofrece más ganancias que la innovación.
Ejemplos que muestran esta mediocridad estructural
Cuando hablo de mediocridad empresarial, no lo digo por capricho; lo digo porque la realidad da ejemplos claros:
1. La energía privada
Durante años, empresas generadoras y distribuidoras negociaron contratos desventajosos para el Estado. La ENEE terminó estrangulada por sobreprecios, cláusulas abusivas y deudas impagables. Este sector pudo ser un motor industrial, pero terminó siendo un mecanismo para absorber recursos públicos sin mejorar la competitividad energética del país.
2. La banca
Los bancos hondureños mantienen comisiones altas, acceso limitado al crédito productivo y tasas que desincentivan la inversión en pymes e industria. Son de los sistemas financieros más rentables de Centroamérica… pero a costa de un país donde casi nadie puede financiar un emprendimiento productivo.
La banca gana, pero Honduras no crece.
3. La agroindustria sin valor agregado
Exportamos banano desde hace más de 100 años. Palma africana desde hace décadas. Café desde siempre. ¿Pero cuántas marcas hondureñas de valor agregado compiten globalmente como productos diferenciados? Casi ninguna. La riqueza se va afuera, mientras el país sigue siendo un proveedor primario.
4. La maquila
Es la mayor fuente de empleo formal, sí, pero casi toda la cadena productiva y tecnológica es extranjera. La élite local no tomó la maquila como una oportunidad para crear industria nacional alrededor de ella: ni textiles propios, ni diseño, ni logística avanzada, ni manufactura paralela.
5. La dependencia de remesas
Mientras la élite presume crecimiento económico, nunca dicen la verdad: ese crecimiento viene de los hondureños que se fueron del país, no de los empresarios que se quedaron. Las remesas sostienen el consumo, las importaciones, la banca y el comercio. Es decir, el hondureño que migra es más productivo para el país que el empresario que vive aquí.
La captura del Estado: el arma principal de la mediocridad
Y aquí está el corazón del problema: esta clase empresarial no solo evita innovar; además captura al Estado para asegurarse de que nadie más pueda hacerlo. Compran políticos, financian campañas, dictan leyes, colocan ministros, controlan medios y negocian exoneraciones a puerta cerrada.
- No compiten: eliminan la competencia.
- No innovan: impiden que otros innoven.
- No producen: obstaculizan a quienes producen.
Todo para mantener un sistema que les garantice ganancias aun cuando el país retroceda.
El círculo vicioso del atraso
Este modelo genera un ciclo del
cual Honduras no puede salir:
- Ø Empresarios improductivos que no invierten en industria ni innovación
- Ø Políticos comprados que protegen privilegios
- Ø Un Estado débil incapaz de planificar desarrollo
- Ø Una economía estancada basada en servicios
- Ø Desempleo masivo y migración como válvula de escape
- Ø Remesas que mantienen el consumo, sosteniendo los mismos negocios mediocres
- Ø La élite se enriquece sin mejorar el país
La consecuencia final: Honduras como territorio, no como país
Lo más grave de todo es esto: la
élite hondureña no piensa en un proyecto nacional. Piensa en negocios aislados.
No busca un Honduras competitivo; solo busca un Honduras administrado,
fragmentado, débil y fácilmente manipulable.
- La gente migra.
- Las pymes mueren.
- La industria no nace.
- El empleo digno desaparece.
- El país queda atrapado en la pobreza.
Y todo porque a quienes deberían liderar el desarrollo les basta con administrar sus privilegios.
Y yo lo digo sin rodeos: Honduras merece más
Merece empresarios que arriesguen, que innoven, que compitan con el mundo, no con los mismos de siempre. Merece una élite moderna, no feudos familiares protegidos por políticos.
Honduras no está subdesarrollada
por accidente.
Está subdesarrollada por diseño.
Y el diseño lo sostienen ellos.
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