Una cierta nostalgia

octubre 30, 2021

Despertás otra mañana entre el bullicio de la ciudad, como siempre los presentadores de los noticiarios anuncian los oscuros sucesos de la noche anterior y presagian catástrofes para el futuro, no hay ninguna buena noticia. Tomás una taza de café, café insípido de marca registrada, propiedad de una familia de empresarios árabes. Salís a la calle, la atmósfera es opresiva, el polvo se adhiera a tu piel, el bullicio de los vehículos te ensordece, apesta a basura y a otras materias indescifrables, en las aceras hay latas y botellas de cervezas apiladas, preservativos usados y bolsitas de marihuana. 

Te detenés a esperar el bus que pesadamente avanza llenando toda la calle de un humo negro y contaminante, subís en él, te recibe el insoportable sonido de una canción de reggaeton donde el "cantante", cuál animal en celo, relata como goza del favor de varias mujeres fáciles. Ves el rostro de los demás pasajeros, hombres y mujeres, en su mayoría obreros, todos son parte de la clase popular, podés ver en ellos tristeza, miradas perdidas por el cansancio y el desvelo, llevan vidas duras, se sienten desamparados. Te preguntás "¿Que pensamientos pasarán por sus mentes? ¿Recordarán días dorados de su juventud? ¿O imaginarán un mejor mañana para sus hijos?"

De repente el conductor del bus cambia de emisora, se escucha la prédica de un pastor evangélico, habla sobre la importancia de la fidelidad entre parejas, cuando en la realidad él mismo fue incapaz de guardarle fidelidad a su esposa fallecida por cáncer. Tal vez en el pensamiento del conductor del bus escuchar su prédica le traerá bendiciones, la voz del pastor se te hace molesta, pero lográs perderte otra vez entre tus pensamientos, como hipnotizado mirás por la ventana, visualizás todo el panorama, la ciudad cada vez es más fea, ves a hombres tumbados en las aceras con botellas de aguardiente a su alrededor, más allá algunas prostitutas caminan como sonámbulas luego de una noche de “faenas”, música de mal gusto se mezcla con el ruido del tráfico y los gritos de los vendedores informales que empiezan a llegar a sus puestos. 

Apenas está amaneciendo y el calor de la costa es asfixiante, empieza a resbalar sudor de tu frente; afuera de un centro comercial unos niños sin hogar en medio del trance del resistol se pelean por 10 lempiras que estaban en el suelo, luego mirás el contraste de una lujosa zona residencial y a la par de ella, a la orilla de un contaminado río las frágiles casitas de los bordos, cuyos habitantes ya acostumbrados esperan indolentes la temporada de lluvias, y en medio de toda esa miseria rótulos y afiches de propaganda política vuelven más insoportable el paisaje, a tu mente llegan los pensamientos más oscuros y sangrientos, te imaginás los peores castigos para la clase política y empresarial del país.

En el horizonte divisás varios edificios de lujosos condominios para los ricos de la ciudad, para cuya construcción el alcalde municipal recibió una jugosa recompensa, luego recordás que muchos conocidos tuyos hace un año lo perdieron todo debido a aquellas fuertes tormentas, y que aún al día de hoy varios barrios y colonias de la ciudad se encuentran cubiertos de lodo. 

Más allá apreciás la Cordillera del Merendón, lo único bello que le queda a la ciudad, verla te trae lindos recuerdos, te trasladás a las memorias de tu infancia y adolescencia cuando ibas de visita a un pueblito del interior del país, el lugar de nacimiento de tus padres y abuelos, recordás cuando corrías entre las milpas y subías los cerros escondiéndote detrás de los ocotes, el amanecer te recibía con el canto de los gallos, el rocío humedecía tus pies, la llovizna besaba tu piel, todo olía a fresco, te bañabas en las frías aguas de una quebrada rodeada de cafetales y luego al volver a aquella casita de adobe y tejas te acurrucabas cerca de la hornilla, tu mente estaba en paz, el clima era tan benigno y reparador, toda la gente del pueblo se conocía y respetaba, se respiraba ese sentimiento de comunidad que no has sentido en ninguna otra parte. Disfrutabas ver y ayudar a los campesinos que trabajaban arando la tierra, el trabajo duro llenaba tu espíritu pues lo que sembrabas era de tu familia, era tan bonito saber que un pedazo de tierra les pertenecía y esa tierra florecía gracias al esfuerzo de los tuyos. Tu familia se sentía arraigada a esa tierra, eran unos con ella, ahí vivieron y murieron sus antepasados, tenían tradiciones que se heredaban de generación en generación. Te imaginás un futuro en aquel pueblo rodeado de una buena mujer y muchos hijos, días luminosos viendo a tus niños crecer y noches estrelladas en las que descansás con el corazón contento. 

Pero volvés a la realidad, te das cuenta que en la próxima parada tenés que bajarte del bus y continuar con la rutina del día a día, una mueca de disgusto recorre tu rostro, la vida urbana te asquea, te bajás del bus y solo caminás como un autómata. Otro día más en el que tus energías van a continuar enriqueciendo a una multinacional. Reflexionás unos segundos y pensás: "¿Vale la pena está vida así? ¿Qué gano con esto?"

Es entendible que en las últimas décadas nuestra gente se sienta frustrada, llegan a la ciudad atraídos por promesas de empleo y prosperidad, pasan los años y sus condiciones de vida no mejoran, se vuelven presos de su rutina, el tiempo transcurre y su salud y tranquilidad se deterioran, la ciudad y sus vicios los atrapan, no le tienen arraigo a nada pues no les pertenece nada, ni un pequeño pedazo de tierra, esta vida bajo el sistema liberal imperante propicia la anarquía y los peores sentimientos en la mente de nuestro pueblo.


El hombre indohispano debe de volver al sentido telúrico de la existencia, debe de volver a sentir arraigo por su tierra, solo así tendrá una vida plena. Su corazón añora ese estilo de vida ancestral en el que todas sus energías eran enfocadas en su comunidad, en su gente, en su raza, en sus tradiciones y en sus creencias. De ahí viene esa nostalgia que tenemos implícita en nuestra alma, sin saber por qué, cada vez que viajamos al campo y nos deleitamos con esa atmósfera acogedora.








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2 comentarios

  1. Buen artículo, pertenece también a los filipinos y casi todas las comunidades en este mundo.

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    1. Gracias Idrian. Así es, el sistema liberal hegemónico en el que vivimos ha provocado que los pueblos se sientan extraviados, pues los aleja de sus tradiciones y raíces.

      Un saludo a la distancia.

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