Sobre la intrascendencia práctica del concepto «batalla cultural»

enero 12, 2022




Desde hace algunos años han venido surgiendo intelectuales mayormente en Sudamérica que advierten la existencia de un conflicto cultural, conflicto iniciado por el afán de subvertir las estructuras socioculturales a través de la imposición de la elevación de las subjetividades al rango de ideología. Dicho conflicto es iniciado (según estos intelectuales) por el «marxismo cultural» (sic) y se enfrenta a la naturaleza objetiva del humano y de la sociedad humana. Pues bien, es necesario realizar cierto análisis sobre los supuestos, y tratar de expandirlos para ver si dicha «batalla» es necesaria y, sobre todo, si es eficaz.

Adjudicarle el adjetivo cultural a la batalla (que sí es necesaria) implica omitir otros aspectos, no solo en la práctica, sino también en la teoría, que tienen gran relevancia en dicho conflicto. El enfoque principal al que se remiten estos ideólogos de la «batalla cultural» es a eso, la cultura, y en tanto que se limitan a ella, limitan el atreverse a pensar los cambios culturales impositivos como una consecuencia de maniobras ideológicas políticas superiores a la cultura. Con eso no digo que su trabajo sea malo en intención, pero las consecuencias de sus limitaciones demuestran que han estado perdiendo su tiempo. Esa izquierda progresista que tanto critican ha avanzado sin cesar independientemente del «show» mediático que puedan crear Milei, Laje o Márquez. Y seguirán avanzando independientemente de cuantos más de estos «influencers» proliferen por todo el continente. Esto es consecuencia por no identificar correctamente a su enemigo, pero también por no estar a la altura de dicho conflicto.

Cuando plantean al marxismo cultural como enemigo están haciendo referencia a una izquierda progresista y posmoderna, pues la izquierda clásica (o al menos el marxismo clásico) aunque sí veían la cultura como un objeto a revolucionar, no era lo principal, pues el materialismo hace eco antes de las condiciones económicas que configuran una sociedad. Se refieren entonces a una nueva izquierda que se apropia del discurso revolucionario marxista pero que en el fondo poco o nada tiene de ello. No parece digno entonces llamarle «marxismo cultural» a una atrevida malinterpretación del marxismo ortodoxo. En vista de que estos influencers se autoconsideran «de derecha» y se imaginan enfrentados a esa «nueva izquierda» es imperativo entonces conocer esa derecha de la que ellos forman parte. Y es aquí lo interesante, porque, aunque ellos hablen de una batalla «cultural» separada del plano político y económico, ellos se consideran parte de una derecha definida principalmente en sus planos políticos y económicos, que es una derecha liberal.

¿Qué es el liberalismo? Es esencialmente progresista; cree en el ineludible avance de la humanidad a través del tiempo y de la técnica, basándose en un radical individualismo y en una superación de todo ordenamiento divino trascendental. Pero ¿acaso esta derecha que ellos defienden, es decir la derecha liberal, no es ideológicamente afín a los cambios progresistas? Estos influencers conciben un liberalismo light, que solo se preocupa por intereses privados y económicos, que respeta la libertad (libertad liberal) y los derechos de los individuos, y en base a respetar esos atributos crea un sistema político neutralizado, amoral y antiético, ajeno a todo orden holista y sumiso a un mecanicismo normativista que se adapte naturalmente al supuesto progreso humano. Ante el liberalismo se opone el sentido holista y ético de la vida social humana, el hombre como parte de- y al servicio de-, un colectivo que busca un bien común.

Pues bien, es ese mismo liberalismo político (orientado a lo económico), que permite una libertad individual y persigue todo ordenamiento trascendental bajo la excusa de coartación de libertades, que se convierte en la condición necesaria para desencadenar las consecuencias que los «influencers» de la «batalla cultural» tanto dicen perseguir. Al convertir la vida política (vida social) en un mercado de gustos y opiniones igualmente respetables se garantiza la proliferación de elementos e ideas contrarios a un sano vivir humano. La izquierda progresista en realidad solo le ha dado un sentido «colectivo» parcial a dichas subjetividades, convirtiendo en ideología lo que el liberalismo permitió como idea. Y este absurdo sentido sectario e ideológico es consecuencia del mismo sistema liberal; nótese la similitud entre un partido político y un colectivo ideológico subjetivo. Los problemas deben ser atacados de raíz; no olvidarse de las raíces por concentrarse en las consecuencias, y las raíces del conflicto «cultural» de hoy radican precisamente en la ideología liberal.

¿Atacan estos famosos influencers el liberalismo? No lo atacan en modo sistemático, es decir, no atacan sus preceptos filosóficos, políticos y económicos, sino solo la malinterpretación o exageración que se da sobre ellos, verbigracia, no atacan la idea de una libertad individual inmanente, sino que atacan el libertinaje. Cuando critican la nueva izquierda aprovechan oportunamente para criticar a gobiernos de izquierda (nueva o clásica) en sus aspectos políticos (autoritarismo) y económicos (intervencionismo), pero cuando esa nueva izquierda prolifera socialmente en un país con gobierno liberal, no hablan de los aspectos políticos-económicos de ese gobierno, aun cuando deberían de hacerlo, pues el liberalismo político y su sistema democrático neutralizan al Estado, promoviendo la invasión de organizaciones no gubernamentales (ONG), casi siempre extranjeras, que influyen en la aparición de colectivos de esa «nueva izquierda». Destacar también el hecho de que ellos, al afirmar que la «batalla cultural» de la izquierda empezó como movimientos subversivos intelectuales en universidades, omiten mencionar que esos movimientos se dieron justamente en países liberales (las democracias occidentales) y no en países estructuralmente comunistas o de «izquierda». En tal sentido, los influencers de la batalla cultural suelen engañar a su publico al decirles que la culpa de tanta subjetividad hecha ideología es del «marxismo cultural», y ocultan al liberalismo como germen estructural que permite todo esto en primer lugar.

Por otro lado, ¿a que se limita en sí la «batalla cultural» de estos «influencers»? ¿Tiene acaso un enfoque productivo y eficaz? En realidad, su idea de batalla cultural es aún más limitada en su práctica, adolece de un acomodamiento burgués y de una vomitiva neutralidad ante otras consecuencias del liberalismo en la sociedad. Ellos la reducen a una simple reacción ante la imposición de políticas o ante modas intelectuales; no es un accionar positivo sino una simple respuesta, pseudoinstintiva, a un cambio en contra que se les quiere imponer. Batalla cultural sería, en un sentido activo y positivo, organizar cuerpos o grupos comunitarios dedicados a realizar actividades de formación física, intelectual y sobre todo espiritual, y proyectándose de manera solidaria con sus comunidades. Esto, evidentemente, no lo promueven los influencers liberales, tal vez porque va contra sus propios principios individualistas. Lo más que suelen organizar son marchas y manifestaciones provida pero solo cuando existe amenaza de una legislación proaborto. No se dedican a la creación de colectivos en un sentido mayor y popular, sino de grupúsculos pseudointelectuales que reciben financiamiento extranjero afín a ideas de libertad y democracia. Reducir la «batalla cultural» a un debate universitario, una charla local, o a humillar rivales en televisión es simplemente ridículo y en gran medida ineficaz, pues mientras los de «derecha» pierden su tiempo viendo videos en YouTube, sus rivales se organizan y actúan en colectivos. No se confunda este texto como un alegato contra la intelectualidad, porque aun siendo intelectuales se puede salir de la burbuja burguesa y radicalizar a través de las ideas. Pero es evidente entonces que a esta «derecha» liberal el término «batalla cultural» le queda todavía muy grande.

Ahora bien…

Nosotros somos de la visión de que las viejas posiciones izquierda-derecha (nacidas del orden liberal moderno) han sido sobrepasadas porque han demostrado estar enfrascadas en un mismo bando: el bando globalista. El globalismo es la fase posterior del liberalismo, que no es concebido como simple capitalismo sino como un medio totalizador y tiránico que no se fija solo en la economía global, sino también en la política y la cultura. Al fin y al cabo, no se puede separar una de otra, y para doblegar el orbe hay que doblegar todas las áreas de la vida humana.

Decir batalla solamente «cultural» es renunciar a la batalla política y económica. Decir batalla «cultural» es negar el origen político e ideológico de los que intentan imponer agendas destructivas. Hoy, la batalla real es entre los simpatizantes y defensores del globalismo en todas sus facetas, contra aquellos que defendemos la autodeterminación y el soberanismo de los pueblos. Ante ello se podría proponer una batalla política, pero nosotros preferimos hablar aquí de «metapolítica». Presentar batalla metapolítica no significa necesariamente militar en un partido y mezclarse con las castas burguesas que dominan la política partidocrática, sino que implica y en un mayor nivel hablar de política y más allá de ella, es decir, hablar de metapolítica, de las condiciones que definen a la política; no se trata ya de hablar de gobiernos o regímenes, sino de sistemas estructurales.

Por tanto, no nos interesa ni respetamos el concepto de batalla cultural de la derecha liberal por todo lo antes expuesto. Afirmamos que existe un conflicto, que es tanto de ideas como material, y ante ello proponemos la guerra metapolítica, que implica recuperar las áreas políticas, económicas y culturales como un todo, y no como despojos individualizados de la naturaleza humana.

Hablar ya de «batalla cultural» sin cuestionarse el sistema liberal es una simple distracción, la cual, siendo optimista, espero no sea intencional...



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