Multipolaridad histórica: el caso chino y la repetición de espejos occidentales por América Latina

septiembre 04, 2025

 



Es increíble que, a 80 años del final de la Segunda Guerra Mundial, todavía tengamos que aclarar cuál fue la contribución de China. Muchos latinoamericanos y occidentales se preguntan, con una mezcla de ignorancia y mediocridad, qué hizo este país en la guerra. La respuesta es simple: fue decisiva, colosal y completamente borrada por la narrativa euro-atlántica occidentalista. China cargó sola con la peor parte del conflicto en Asia durante catorce años, soportando apocalipsis como la Batalla de Shanghái en 1937, Stalingrado sobre el Yangtsé, como la llamó Peter Harmsen, y enfrentando en 1944 la mayor ofensiva en la historia de Japón: la Operación Ichi-Go, que arrasó ciudades, provincias y vidas, desatando un infierno que Occidente aún hoy prefiere ignorar.

Mientras Europa miraba distraída desde 1939, China inmovilizó a más de la mitad del ejército japonés y sufrió decenas de millones de muertes, desplazamientos masivos y devastación total. La intervención soviética, que derrumbó los últimos bastiones japoneses en Asia, solo confirmó lo evidente: la derrota de Japón no fue obra exclusiva de EE. UU. ni de los aliados occidentales. China había definido el curso de la guerra en Asia mucho antes de que ellos siquiera se molestaran en mirar hacia el Pacífico.

Olvidar esto no es un descuido: es una vergüenza histórica. Cada manual, documental o comentario ignorante que reduce a China a un actor secundario ignora que su resistencia fue la verdadera ancla que frenó la expansión japonesa y permitió que el fascismo en Asia finalmente fuera derrotado. Esta exposición no busca suavizar ni consolar: pretende que se entienda, de una vez por todas, el peso enorme, sangriento y absoluto de la contribución china en la Segunda Guerra Mundial en Asia, y lo absurdo de que, ocho décadas después, aún tengamos que repetirlo.

La llamada Segunda Guerra Mundial no empezó en Europa en 1939, aunque Occidente insista en contársela así para sentirse el centro del universo. La guerra de resistencia china empezó en 1931, cuando Japón invadió Manchuria bajo el pretexto del Incidente de Mukden y montó el estado títere de Manchukuo. En 1937, tras el incidente del Puente de Marco Polo, Japón decidió que la brutalidad no tenía límites: tomó Pekín, Tianjin, Shanghái, Nankín y Wuhan en cuestión de meses. China, dividida entre Kuomintang y Partido Comunista, resistió con uñas y dientes, inmovilizando a gran parte del ejército japonés y pagando un precio inimaginable: entre 14 y 35 millones de muertos y cerca de 100 millones de desplazados. Pero, claro, en Occidente apenas aparece como “el pequeño frente asiático”.

Y si alguien cree que la masacre de Nankín fue un episodio aislado, que piense otra vez: cientos de miles de civiles asesinados, mujeres y niñas violadas en masa, torturas, decapitaciones, pillaje y experimentos biológicos como los de la infame Unidad 731. Mientras China lloraba a su gente, Occidente ya estaba preparando su narrativa de “guerra europea” y “victoria aliada heroica”. China, el primer país que se levantó contra el fascismo y protagonizó la resistencia más larga de la historia moderna, quedó relegada a una línea en los libros de texto.

El 80.º aniversario: memoria o espectáculo para los ojos ajenos

El 2 de septiembre de 2025, China conmemoró el 80.º aniversario de la victoria sobre Japón. Para ellos, no es un desfile para impresionar a Occidente, sino un recordatorio doloroso de lo que costó sobrevivir. Más de 35 millones de chinos muertos y un país devastado no se celebran, se recuerdan. Los desfiles con Xi Jinping, Putin y Kim Jong-un son una declaración de memoria, no un “mira lo poderosos que somos”. Las banderas con lemas de justicia y paz no son marketing, sino una lección: resistencia no significa revancha, significa dignidad.

Xi lo dejó claro: «No celebramos con odio», «China y Japón deben ser amigos». Pero Occidente, incapaz de leer entre líneas, siempre interpreta esto como amenaza. La narrativa eurocéntrica no permite entender que mostrar armas modernas no es provocación, es garantía de disuasión, autoprotección y memoria histórica.

Para la sociedad china, esta fecha abre heridas todavía no cerradas, mientras Occidente sigue con su amnesia selectiva: recuerda el Holocausto, pero no la masacre de Nankín ni los millones de muertos chinos. El 80.º aniversario no es postureo militar: es un recordatorio de que resistir fue heroico y que su sacrificio fue clave para derrotar al fascismo, mucho antes de que los Aliados occidentales llegaran a salvar el día.

El relato occidental dominante

La historia oficial occidental sigue siendo una fabulación centrada en Europa: Hitler, Polonia, Normandía y Estados Unidos salvador del mundo. Mientras tanto, China sangraba durante 14 años, pero eso se reduce a “un frente menor” en los manuales escolares. En la práctica, el ejército chino inmovilizó a más de la mitad del ejército japonés, y sin esa resistencia, la guerra habría sido otra historia, probablemente mucho más larga y sangrienta.

Occidente minimizó, escondió y manipuló la historia. La Guerra Fría fue perfecta para borrar la contribución china y exagerar la heroica intervención estadounidense. La brutalidad japonesa, las mujeres de consuelo, los experimentos biológicos: todo invisible para la memoria colectiva europea y estadounidense. La narrativa oficial es una construcción cómoda: los Aliados occidentales siempre salen como los grandes héroes, mientras el sufrimiento asiático se convierte en estadística irrelevante.

Visión sesgada en América Latina

América Latina, como siempre, repite la versión eurocéntrica sin cuestionarla. La guerra comenzó en Europa en 1939, termina con Alemania y Japón, y punto. No importa que China llevara 14 años de guerra, ni que sufriera decenas de millones de víctimas. El relato latinoamericano es copia barata del occidental: ignorancia histórica que se convierte en amnesia política.

China se dio cuenta y comenzó su “diplomacia de la memoria”: exposiciones, documentales, conferencias y libros para mostrar que ellos fueron pioneros en la lucha antifascista. Pero en Latinoamérica, el conocimiento sobre esto sigue siendo marginal; muchos desconocen que China cargó con un frente igual de sangriento que el Oriental entre Alemania y la URSS.

Recomendaciones mordaces para América Latina

Si América Latina quiere dejar de ser un continente que repite las fantasías occidentales, hay que ponerse serio:

Educación: Integrar en los currículos la guerra chino-japonesa, los millones de víctimas y el rol de la URSS. Enseñar la historia tal cual fue, no como una versión edulcorada para satisfacer la narrativa europea.

Medios de comunicación: Hacer documentales, reportajes, series y transmisiones que no ignoren la resistencia china, la masacre de Nankín y la brutalidad japonesa. Traducir documentales chinos, hacer entrevistas a veteranos, mostrar la otra mitad del conflicto que Occidente oculta.

Diplomacia cultural: Intercambios con China, exposiciones, conferencias, visitas académicas. Latinoamérica debe participar activamente, no limitarse a ser audiencia de la narrativa occidental.

Historia plural y multipolar: Reconocer que la Segunda Guerra Mundial no es solo europea. La resistencia de China y la contribución soviética fueron tan decisivas como el desembarco en Normandía. América Latina puede ser puente entre memorias y víctimas, y dejar de repetir la versión cómoda de Occidente.

En última instancia, la historia no es un registro neutral de hechos, sino un espejo de quienes la cuentan. La resistencia china en la Segunda Guerra Mundial revela que la fuerza de un pueblo puede definir el curso del destino global, incluso cuando los ojos del mundo se niegan a verlo. Catorce años de sacrificio, millones de vidas y ciudades reducidas a cenizas permanecen invisibles para quienes solo leen desde el prisma eurocéntrico. Que hoy, a ochenta años, aún tengamos que recordarlo, habla de una memoria selectiva que privilegia relatos cómodos y consolidados sobre la verdad del sufrimiento y la resistencia.

América Latina enfrenta aquí una encrucijada intelectual y moral: puede seguir repitiendo los espejos distorsionados de Occidente, perpetuando la ceguera histórica, o puede mirar directamente a la realidad, aceptar la multiplicidad de actores y reconocer que la historia del mundo es verdaderamente multipolar. Honrar la resistencia china no es un acto de revancha, sino un acto de conciencia, una afirmación de que la justicia histórica y la memoria colectiva son los cimientos sobre los cuales puede edificarse un entendimiento auténtico del pasado. Ignorarlo es perderse en la comodidad de la ignorancia; aceptarlo es abrir los ojos a la complejidad y a la grandeza que tantas veces se ha ocultado.


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