ENTRE DOS OCÉANOS: AMÉRICA LATINA INTERPRETA EL MUNDO COMO SI FUERA 1945 O 1991

octubre 14, 2025

 




América Latina vive en un tiempo suspendido. Sus debates, sus referencias culturales y políticas, parecen extraviados en un calendario que otros países ya dejaron atrás. Mientras el mundo se reorganiza a una velocidad vertiginosa, con centros de poder emergentes y nuevas formas de pensamiento global, la región continúa aferrada a fantasmas históricos y discursos heredados que ya no explican nada. Esta desconexión no es solo intelectual, sino también geográfica y social: la vasta extensión del continente, sus barreras naturales y su distancia histórica de los grandes ejes del poder mundial han contribuido a construir una conciencia atrapada, que repite una y otra vez los mismos símbolos y categorías sin poder dialogar con la realidad contemporánea.

Latino ya no estamos en 1945 ni en 1991. El mundo es multipolar, impredecible, fragmentado y veloz. Sin embargo, basta con asomarse a cualquier red social, foro o debate universitario en América Latina para descubrir que seguimos anclados en otro siglo. Las conversaciones se repiten como una vieja cinta: nazis, iluminatis, Hitler, Stalin, Churchill, el káiser, Reagan, Bush, la Guerra Fría. Margareth Thatcher y Ayn Rand como si estos dos últimos esperpentos tuvieran alguna validez filosófica o estuviesen vivas.  Evangelios, teología de la liberación, guerrillas, el apocalipsis bíblico, McDonald’s en Moscú y las filas de gente. El muro de Berlín, Franco, el “fascismo”, el “comunismo”, los “100 millones del libro negro”. Todo ese archivo de discusiones recicladas, que se multiplican tanto en las redes como en las aulas y los libros, muestra hasta qué punto América Latina vive atrapada en una conversación que no avanza.

No es casual. América Latina es un continente físicamente aislado. Separado por dos océanos, sin contacto directo con las grandes civilizaciones del Viejo Mundo, ha vivido durante siglos encerrado en sí mismo. Ese aislamiento geográfico, más que un accidente, se ha convertido en destino. De la distancia física nació la distancia mental. El continente creció sin roce real con las nuevas culturas emergentes, sin un intercambio constante de pensamiento con Asia, África o Eurasia. Por eso su imaginación política envejeció, se estancó, y terminó construyendo una mente repetitiva, ensimismada, que gira sobre sus propios mitos.

En las universidades todavía se debaten los fantasmas de la Guerra Fría; en los libros se reciclan los dogmas liberales o marxistas de mediados del siglo XX; en las redes sociales, miles de usuarios repiten los mismos nombres y categorías, incapaces de pensar el mundo actual. El aislamiento continental se volvió una forma de provincianismo intelectual. América Latina se observa a sí misma a través de ideas que ya fueron superadas incluso en los lugares donde nacieron. Las ideologías se transformaron en reliquias, y discutirlas se volvió una especie de costumbre, un ritual de pertenencia.

El aislamiento físico explica mucho de este fenómeno. Las regiones que viven rodeadas de otras civilizaciones se ven obligadas a actualizarse constantemente; las ideas envejecen más rápido porque el contacto las corrige, las renueva. En cambio, un continente aislado desarrolla pensamiento endogámico: la repetición sustituye al descubrimiento. América Latina lleva dos siglos debatiendo consigo misma, traduciendo ideas viejas, citando autores muertos, adorando revoluciones que nunca fueron suyas. Sin fronteras vivas, no hay diálogo real; sin diálogo, no hay evolución mental. 

Augusto Zamora, uno de los pocos que han señalado esta parálisis, escribió que América Latina vive prisionera de su mitohistoria: del culto a los libertadores, del relato heroico que oculta el fracaso de sus élites. Pero lo que Zamora llama mitología política es también consecuencia de esta soledad continental. Al no tener contacto constante con otras formas de pensamiento, la región se encerró en un relato único, autorreferencial. No sólo se inventó un pasado glorioso, sino que quedó atrapada en él. La independencia no trajo libertad mental, sino una nueva dependencia: la del espejo.

Por eso nuestros debates suenan cada vez más rancios, más obsoletos. Mientras el planeta discute sobre inteligencia artificial, biotecnología, soberanía digital o guerra de datos, los latinoamericanos siguen hablando de fascismo y comunismo, de Stalin y Hitler, de Reagan y el neoliberalismo. En un mundo que se reorganiza alrededor de Eurasia, la región todavía traduce su comprensión política desde Washington o Paris. Lo que se vive en redes sociales, en libros y en universidades no es pensamiento: es eco. Un eco que repite lo que ya nadie afuera discute.

Esa incomprensión del mundo no proviene de falta de inteligencia, sino de falta de contacto. Un continente aislado desarrolla una mente cerrada, y cada generación hereda la misma retórica que la anterior, con apenas pequeñas variaciones estéticas. La izquierda latinoamericana, que se pretende vanguardista, también queda atrapada aquí, imaginando revoluciones afrofeministas que nunca llegan, extraídas desde su burguesía blanca europea en Bruselas, mientras Moscú se ha convertido en la capital del mundo multipolar e internacionalista. La derecha, por su parte, sigue leyendo a Thatcher, aunque ni Londres la recuerde. Las masas, confundidas, mezclan Biblia y conspiraciones digitales, socialismo y TikTok, como si el mundo pudiera entenderse con retazos de un pasado que no les pertenece.

El aislamiento continental de América Latina no es sólo geográfico: es espiritual. No tenemos fronteras vivas con el mundo, y por eso vivimos de segunda mano. Repetimos las guerras ideológicas del siglo XX mientras la humanidad se redefine. Y cada vez que creemos que debatimos el presente, en realidad sólo recitamos el pasado.

América Latina no está fuera del mundo: está fuera del tiempo. Encerrada entre océanos y discursos, repite el lenguaje de otros siglos para explicar una realidad que ya no existe. Hasta que no rompa esa cárcel mental que su geografía ayudó a forjar, seguirá atrapada en la repetición, discutiendo los mismos nombres, los mismos mitos y las mismas guerras que perdió sin haberlas peleado.


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