Un arte para Centroamérica
octubre 05, 2025
El arte, para ser auténtico, debe
pertenecer al pueblo y llegar a él de manera natural. No puede convertirse en
un lujo reservado a unos pocos ni en un simple objeto de consumo pasajero. El
verdadero arte es un puente que une a las personas con su memoria, su presente
y sus aspiraciones, un reflejo profundo de la identidad de cada comunidad.
En Centroamérica, el arte ha sido
siempre la raíz de la vida colectiva. Está presente en las ceremonias
ancestrales de los pueblos originarios, en las danzas y tambores garífunas que
resuenan en las costas, en las fiestas patronales que animan los pueblos y en
los murales que narran historias de lucha y esperanza en las ciudades. La
música, la pintura, la poesía, el teatro y las tradiciones orales han sido la
manera en que los pueblos se reconocen a sí mismos y dejan testimonio de lo que
son.
El acceso al arte no debe ser un
privilegio, sino un derecho esencial. Así como se considera indispensable la
educación y la salud, también debería considerarse indispensable la cultura. No
basta con enseñar a leer y escribir: es necesario enseñar a valorar la música,
la danza, la literatura y las artes visuales, pues estas son también caminos de
aprendizaje, libertad y crecimiento humano. Un niño que canta, que dibuja o que
actúa en una obra teatral aprende a expresar emociones, a convivir y a comprender
su entorno. La educación artística no es un lujo, es una base para formar
ciudadanos creativos, críticos y solidarios.
Nuestra región es un mosaico de
culturas. Las huellas mayas, lencas y pipiles conviven con la herencia africana
y afrocaribeña, mientras las expresiones urbanas contemporáneas se mezclan con
tradiciones campesinas e indígenas. Las marimbas y guitarras de los pueblos,
las décimas improvisadas, los cuentos transmitidos de generación en generación
y los cantos en lenguas originarias son ejemplos de una riqueza que debemos
proteger y promover. El arte popular no es menor ni inferior: es una fuente
viva que alimenta la identidad colectiva y que guarda la esencia de lo que
somos.
Hoy, sin embargo, enfrentamos el
riesgo de que estas expresiones sean desplazadas por un entretenimiento vacío,
producido lejos de nuestras raíces y pensado solo para el consumo rápido. La
música y las historias que nos identifican muchas veces quedan relegadas
mientras se difunden modelos externos que no reflejan nuestra realidad. El
desafío de nuestro tiempo es recuperar y fortalecer los espacios donde el arte
pueda florecer: bibliotecas, casas de la cultura, festivales locales, escuelas
abiertas a la creatividad. El arte debe estar en las calles, en las plazas, en
las aulas y en los hogares, no como un adorno, sino como parte esencial de la
vida.
Un arte para Centroamérica debe
unir y no dividir. No puede ser utilizado como propaganda ni como instrumento
de exclusión, sino como una fuerza que convoque a todos. El arte popular nos
enseña que todos podemos crear, que no hace falta un escenario lujoso ni un
museo prestigioso para dar vida a la belleza. Allí donde una comunidad canta,
pinta o baila, el arte está cumpliendo su misión: dignificar la vida.
Nuestro objetivo no debe ser
imitar modelos ajenos, sino fortalecer lo nuestro, valorar nuestra herencia y
proyectarla hacia el futuro. Cuando el arte se abre al pueblo, la creatividad
florece y la esperanza se renueva. Un pueblo que canta, que pinta y que escribe
es un pueblo que resiste, que recuerda y que se transforma. El reto que tenemos
por delante es asegurar que cada niña, cada joven y cada comunidad pueda
expresarse artísticamente, porque en cada canción, en cada mural y en cada
poema está la memoria de nuestros pueblos y la promesa de un futuro más humano
y más justo.
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