¿Se puede aislar culturalmente a un país? La pretensión occidental entre la arrogancia, el desconocimiento y la risa ajena
noviembre 19, 2025
Lo que Occidente intentó con Rusia a través de sanciones económicas tenía un objetivo sombrío y cruel: someter al país al hambre y la privación. Pero su enfoque cultural resultó ser de un carácter totalmente diferente, casi ridículo, entrando en el terreno de la risa, la tragicomedia y la vergüenza ajena. Lo más curioso es que esto está documentado y quedará registrado como un episodio insólito en la historia de la humanidad. Los intentos occidentales de aislar culturalmente a Rusia, lejos de generar impacto, se tornaron burlescos, chistosos y hasta épicamente divertidos, tal como lo reflejan las conversaciones con rusos y la documentación disponible. Lo que se presentará aquí es apenas una pequeña muestra de este fenómeno, dejando entrever la manera en que Rusia ha enfrentado y desafiado el supuesto aislamiento cultural que Occidente trató de imponer.
En 2022, cuando Rusia intervino militarmente en Ucrania, varios gobiernos y corporaciones occidentales creyeron haber encontrado una forma “limpia” de castigo: no bombas, no invasiones, no riesgo directo. La herramienta sería otra: el aislamiento cultural. La idea, en apariencia sofisticada, era simple hasta la estupidez: cortar el acceso de los rusos a películas, música, plataformas, artistas, eventos, tecnología creativa y, con eso, erosionar su moral, su sensibilidad, su modernidad, su apertura, su contacto con el mundo. La cultura convertiría la guerra en una derrota interna. O eso creían.
Lo que ocurrió, en realidad, fue un extraño experimento geopolítico que reveló algo que Occidente había olvidado hacía tiempo: la cultura no es un tubo de agua que se cierra, ni es propiedad de Hollywood, ni funciona como arma disciplinaria a larga distancia. Y, más incómodamente para quienes impulsaron estas políticas, el experimento demostró que solo un Occidente profundamente convencido de su propia centralidad podía imaginar que un país entero se derrumbaría porque Netflix apagó el switch.
¿Se puede aislar culturalmente a un país?
El caso ruso, lejos de ser un ejemplo de aislamiento exitoso, es la prueba viviente de que no, no se puede. Y, además, es una radiografía de la arrogancia con la que el poder occidental mira el mundo: como si la cultura global fuese un privilegio que él reparte, y no un ecosistema complejo, resiliente, multidireccional y, sobre todo, indisciplinable.
La ilusión del castigo civilizado
La primera oleada de sanciones culturales fue celebrada por instituciones occidentales con entusiasmo casi infantil. Warner canceló Batman en Rusia. Sony retiró Uncharted. Netflix apagó su plataforma. Disney+, que jamás lanzó formalmente en el país, aprovechó para anunciar que ahora sí nunca lo haría. Universidades cerraron programas conjuntos. Museos congelaron exposiciones. Grandes arquitectos internacionales paralizaron proyectos en Moscú. Directores de teatro residentes en Rusia regresaron a sus países dando entrevistas teatrales sobre cómo “no podían seguir financiados por el dinero de Putin”.
Era como ver a la cultura occidental convencida de que era el Vaticano del siglo XXI: que retirar un sacramento equivalía a condenar a una nación al exilio espiritual.
Mientras tanto, la ONU emitía condenas, los medios se llenaban de editoriales moralizantes, y las corporaciones exploraban maneras de “no colaborar con la agresión”. El problema fue que la única población afectada por esta “cruzada simbólica” fueron los rusos comunes, no el Kremlin.
Y lo más importante: la retirada cultural no debilitó a Rusia; debilitó la influencia cultural occidental en Rusia.
Lo que Occidente no entendió es
lo más básico:
Rusia nunca ha dependido de la
industria cultural estadounidense para existir.
La arrogancia del centro: creer que Rusia no tiene cultura propia
Quizá el error conceptual más profundo del aislamiento cultural occidental fue asumir que Rusia era culturalmente dependiente, como si fuera un satélite consumista de la industria pop angloestadounidense. Es el error clásico del poder imperial: confundir influencia con necesidad.
Aislar culturalmente a un país
sin historia profunda podría tener algún efecto.
Pero Rusia no es un país sin historia:
es un país con épica, literatura, filosofía, teatro, cine, ballet, con tradiciones propias robustas, con una identidad cultural que precede al cine comercial estadounidense por más de mil años.
Pensar que un país con Dostoyevski, Tolstói, Ajmátova, Tarkovski, Stravinski, Rimski-Kórsakov, Prokófiev y Chéjov iba a colapsar emocionalmente porque no se estrenó la nueva película de Marvel solo revela una cosa: Occidente proyecta su provincialismo global hacia el resto del mundo.
Para muchos planificadores en Londres, Berlín o San Francisco, Rusia es una pantalla gigante donde proyectan el mito de la dependencia cultural occidental. El mito según el cual “lo moderno” es igual a “lo occidental”, y que quien pierde acceso a Spotify automáticamente regresa a la Edad Media. Nada más lejos de la realidad.
La cultura no es un arma al estilo SWIFT
A diferencia del sistema financiero, la cultura no funciona con interruptores. La cultura circula incluso cuando está prohibida. Circula más cuando está prohibida. Es indisciplinable, incontrolable, creativa, informal, clandestina, colectiva, viral.
Cuando Spotify se fue de Rusia, los rusos hicieron lo que llevan haciendo desde la década de los 90: se adaptaron.
VPNs, cuentas familiares en el extranjero, plataformas alternativas, piratería sistemática, archivos digitalizados, servidores propios, almacenes de contenido en redes locales.
En un país donde la cultura pirata fue un fenómeno masivo en los 2000, ¿de verdad alguien creía que una retirada de Spotify significaría silencio? Rusia no solo sobrevivió al aislamiento cultural: lo esquivó con una eficiencia que Occidente jamás anticipó.
Y esta ironía es fascinante:
los mismos gobiernos que creen
que pueden detener la migración con muros también creen que pueden detener la
cultura con bloqueos digitales.
Ignoran que la cultura siempre
gana.
Spotify, Netflix y el teatro
de la moralidad
El episodio Spotify merece
capítulo propio.
Los rusos esperaron años para que la plataforma llegara. Lo celebraron como si fuese la llegada del internet mismo. Hubo campañas, memes, billetes, campañas en Twitter preguntando cada día: “¿Lanzó ya Spotify en Rusia?”. Cuando por fin llegó, era el símbolo de la integración cultural con Occidente.
Luego Spotify se fue.
Occidente lo celebró como acto de
valentía.
Lo que ocurrió fue otra cosa:
- los usuarios mantuvieron sus cuentas vía VPN
- surgieron negocios locales que vendían accesos desde países más baratos
- otros cambiaron simplemente de plataforma.
- La supuesta exclusión duró exactamente 0 días.
Netflix, por su parte, se fue de Rusia convencido de estar cerrando una ventana al mundo libre. Lo que hizo fue regalarle un mercado entero a la piratería. Rutube, la alternativa estatal, se convirtió instantáneamente en un almacén de contenido pirateado. Los episodios censurados eran la norma.
Incluso apareció Tsargrad, un portal ultraortodoxo bajo la dirección de un millonario con convicciones ultraconservadoras, que ofreció en su momento películas de Hollywood pirateadas y sin censura. La moralidad occidental se retira, dejando en su momento que una plataforma considerada fundamentalista se convierta en el inesperado canal de distribución del cine occidental.
Es la versión geopolítica de
querer evitar incendios apagando detectores de humo.
El caso grotesco de los
libros: de J. K. Rowling a Luhansk
Otro capítulo que retrata la
fantasía occidental del aislamiento cultural es el de los libros. Editoriales
angloestadounidenses dejaron de vender traducciones oficiales de Stephen King y
J. K. Rowling.
Occidente celebró otra victoria moral.
La realidad fue esta:
las editoriales piratas de Luhansk empezaron a imprimirlas ilegalmente y distribuirlas en todo el territorio controlado por Rusia.
Los libros pasaron a llamarse “trofeos”, porque en teoría eran “capturados” durante la operación militar especial. Una acida/humorística justificación rusa de carácter pseudo-militar para ediciones piratas distribuidas sin control. Irónicamente, fue justo en los territorios anexionados donde las nuevas novelas de King circularon más rápido.
Aquí aparece una contradicción
monumental:
Occidente intentó limitar el
acceso a ideas, narrativas y ficción que justamente ayudan a que las personas
desarrollen pensamiento crítico.
Al hacerlo, regaló el monopolio de distribución al ecosistema pirata ruso y a grupos vinculados al Kremlin.
Es decir: Occidente retiró cultura para proteger los supuestos valores democráticos, pero el resultado fue entregar esa cultura a manos que considera no democráticas.
El cine: la economía del absurdo
Las medidas contra el cine
fueron, si cabe, más delirantes. Al cortar el suministro oficial de estrenos,
los cines rusos empezaron a proyectar películas pirateadas que descargaban
desde Kazajistán ya dobladas.
Todo el mundo lo sabía.
Nadie lo decía.
Para cubrir el teatro legal fingían proyectar un corto independiente antes de la función pirata. La gente compraba una entrada oficial para el corto, veía ese corto de tres minutos y luego se quedaba para ver Spiderman pirateado en pantalla grande.
Resultado:
La taquilla oficial de los cortos
rusos explotó.
Una producción de 15 mil rublos aparecía como la película más taquillera del año, con cientos de millones recaudados, porque esa era la entrada “legal”.
Occidente imaginó que negando
acceso a Hollywood destruiría el cine ruso.
Lo que ocurrió fue que crearon el mercado de cine pirata más ingenioso y rentable de la historia reciente.
El caso del porno, la música y el estado del humor bajo el malvado régimen de Putin
Otro frente del aislamiento
cultural fue el terreno del entretenimiento “menor”: música, redes sociales,
porno.
Las grandes discográficas dejaron de vender música en Rusia. Pero Apple Music siguió funcionando, porque Apple juega a la moral selectiva: veta VPNs, pero acepta pagos del gobierno ruso sin pestañear.
VK, la red social rusa, regresó a
sus orígenes: un agujero negro de piratería audiovisual y pornografía gratuita.
En los años 2010, VK era uno de los repositorios de porno amateur más grandes
del mundo.
Tras el aislamiento cultural, volvió a hacerlo. (pero sin el porno)
Es difícil imaginar un ejemplo
más claro del fracaso moral de Occidente:
creyeron que, cortando el acceso
al pop occidental, el ruso promedio quedaría culturalmente “aislado”.
En la práctica, lo que hicieron fue redirigir a millones de personas hacia contenido pirata sin regulación, donde las narrativas y valores occidentales circulan sin filtro y sin contexto.
Paradójicamente, en vez de limitar la influencia cultural, la hicieron más cruda y más anárquica.
El aislamiento cultural no perjudicó al Kremlin: golpeó a los rusos liberales, mientras que la población común seguía su vida casi como si nada.
Este es quizá el punto más
gracioso.
- El aislamiento cultural no tocó a Putin.
- No afectó a la élite.
- No detuvo la propaganda.
- No frenó la maquinaria estatal.
Quienes sí perdieron fueron los
liberales rusos: esos que se creían especiales por tragar toda la basura
occidental y que durante años se dedicaron a atacar al gobierno, la cultura y
la idiosincrasia de su propio país. Ahora descubren lo que siempre fueron:
marginales. Ya no pueden acceder a contenido extranjero sin piratería, ni
recurrir a audiencias globales para difundir su crítica. Sus plataformas
desaparecieron, sus “voces críticas” quedaron silenciadas, y su mundo de
influencia se desmoronó. Rechazados tanto por Occidente como por su propia
sociedad, solo les queda enfrentar la impotencia de su aislamiento. Mientras
tanto, los rusos normales siguen de fiesta, intactos, ajenos a su sufrimiento.
El aislamiento cultural, lejos de debilitar la estructura del gobierno, se limitó a cortar las conexiones internacionales de quienes alguna vez creyeron poder desafiarla: los liberales rusos, dependientes de Occidente, ahora impotentes y marginados, sin plataformas, sin audiencias y sin influencia.
Fue una ironía tragicómica:
Occidente castigó a sus propios
simpatizantes dentro de Rusia.
La “rusificación” involuntaria:
Occidente reforzó lo que pretendía debilitar
El objetivo declarado era
“derribar la influencia cultural rusa” o reducir su expansión.
El resultado fue el contrario: al cerrarse las opciones externas, Rusia se replegó sobre su propia tradición.
Lo que observamos desde 2022 es: aumento en producción de cine local, repunte en ventas de literatura rusa clásica, resurgimiento de mitos y cuentos populares en formato moderno, auge de telenovelas y series turcas (no occidentales), incremento del consumo interno como identidad cultural compartida.
El aislamiento occidental no
occidentalizó a Rusia:
la rusificó más.
Fortaleció la autopercepción
cultural propia.
Generó más cohesión interna en
torno al consumo local.
E incluso impulsó producciones de propaganda que antes tenían menos audiencia.
Fue exactamente el efecto contrario al que se buscaba.
El mito del control cultural occidental: una visión del mundo que no existe
La pregunta central es esta: ¿se
puede aislar culturalmente a un país?
La respuesta, tras observar el
comportamiento ruso, es categórica:
no, no se puede.
¿Por qué?
Por varias razones estructurales:
1. La cultura es intrínsecamente
distribuida
Es fragmentada, múltiple,
infinita, imposible de centralizar.
2. La piratería es un ecosistema
paralelo
Tiene rutas, métodos, velocidad y
demanda que no se detienen ni con sanciones.
3. Los Estados modernos producen
suficiente cultura propia
Especialmente Rusia, que es
civilización antes que país.
4. La cultura no es sustituible,
pero sí replicable
Donde falta contenido oficial,
aparece el pirata, el alternativo, el local.
5. Las plataformas occidentales
nunca fueron la única ventana al mundo
Fueron solo una vía más. No la
única.
6. Occidente sobreestima su monopolio cultural
Cree que, si corta el acceso a
Marvel, el planeta se colapsa.
Esa es la arrogancia imperial llevada al terreno del entretenimiento.
Occidente perdió algo más profundo: su supuesta autoridad moral
Aislar culturalmente a Rusia
podría haber sido una declaración ética.
Pero la moralidad se diluyó por completo cuando la misma industria cultural que canceló proyectos en Moscú hizo giras en Arabia Saudita, Azerbaiyán, Emiratos y otros países que, según los propios estándares occidentales, deberían ser también “inhabilitados”.
El mensaje fue claro:
la indignación moral es un producto variable.
La política cultural occidental
dejó de tener credibilidad y se convirtió en una forma de branding político:
usar la cultura como accesorio para mostrar indignación en ciertos casos, ignorándola en otros.
Esa inconsistencia mató la
legitimidad de la medida.
La cultura nunca fue un arma disciplinaria
Lo que queda demostrado es simple:
No, no se puede aislar
culturalmente a un país.
Menos aún si ese país es Rusia.
Y menos aún si la estrategia depende del retiro voluntario de corporaciones occidentales.
El aislamiento cultural es una fantasía tecnocrática: una idea seductora para elites que quieren “hacer algo” sin asumir costos reales, pero que no entienden cómo funciona la cultura humana.
- Rusia no colapsó culturalmente.
- No se volvió un desierto creativo.
- No perdió su identidad.
- No se desmoronó psicológicamente porque no se estrenó Batman.
Lo que sí ocurrió fue esto: se adaptó, se replegó, se reorganizó, creó mecanismos alternativos, reforzó su propia tradición.
El aislamiento cultural, lejos de debilitar a Rusia, debilitó la influencia occidental en Rusia.
Fue sin exagerar: una de las tragicomedias
más irrisorias de la historia humana reciente.
Occidente actuó como si el acceso
a su entretenimiento fuera un derecho universal, una dádiva divina, un favor
cósmico.
Y Rusia, con todas sus contradicciones, simplemente demostró que no depende del pop occidental para existir.
La cultura no deja de circular.
Solo cambia de rutas.
Siempre gana.
Incluso cuando quienes la
fabrican creen que pueden usarla como castigo.
“How Russia Survives the Economic Sanctions of the United States and Europe”, Page/12 (Buenos Aires)
“Print Edition 2025-11-19”, Page/12 (Buenos Aires)
“Russia, Between Resignation and Euphoria”, Page/12 (Buenos Aires)
“EU Adopts 19th Sanctions Package Against Russia”, Yahoo News (Spanish Edition)
“How EU Sanctions Against Russia Work”, Council of the European Union Website
“The Impact of Sanctions Imposed on Russia in the Context of the War in Ukraine”, Comillas University (Madrid)
“Russia Sees ‘Very Negative’ US
Approval of Sanctions on Countries That Trade with Moscow”, swissinfo.ch
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